Tinieblas californianas

05/04/2013

Daniel Serrano. Lo intenté con Dog soldiers y no pude. Y eso que Robert Stone venció en 1975 con esa novela a contrincantes como Nabokov y Philip Roth en la pugna por el National Book Award y quedó finalista del Pulitzer.

El caso es que a las pocas páginas de Dog soldiers desistí. Pero he aquí que me reencuentro con Robert Stone y me seduce su delirante retrato de un Hollywood de excesos en los primeros años 80, en la resaca desapacible de un verano del amor que nunca fue. Pura pesadilla de cocaína, alcohol y demencia.

Esta es una novela de Hollywood repleta de diálogos vibrantes.

Confiesa un especialista:

“-Nací para morir en una diligencia en llamas. Pero estoy muy viejo para eso. Te lo aseguro, Gordon, esta mierda de ´más de cuarenta´ da asco”.

Pontifica un viejo cineasta superviviente de la caza de brujas:

“- Ford. Un director político nato. Un irlandés con el ojo de un romántico alemán. Astucia de campesino. Nunca se metió en problemas aquí y nunca se habría metido en problemas allí como Eisenstein”.

A lo cual replica su hijo, un joven y despiadado tiburón del nuevo Hollywood:

“- Tuviste suerte de que fuera aquí donde tú te metiste en problemas. Allí te habrían pegado un tiro en el culo, sin grandes discursos”.

       No hay misericordia a la que puedan acogerse ninguno de los personajes de este libro. Gordon Walker, el protagonista (actor y guionista de tres al cuarto), tira millas a base de castigarse la nariz y el hígado y parte hacia México en busca de algo que él mismo ignora. Su destino, un rodaje en el que la actriz principal bordea el colapso esquizofrénico, un director caníbal rueda sin respeto alguno por nada y por nadie, penan por cada esquina actores y actrices de medio pelo, un escritor visitante se contagia del paroxismo ambiental y bufan peones de un circo que da más pena que risa.

Stone no afloja en ningún momento, el relato es un crescendo hacia lo tristemente orgiástico, con litros de alcohol y toneladas de cocaína e, incluso, ya al final, una patética juerga sobre mierda de cerdo. ¿Excesivo? Claro que sí. El exceso y la locura son temas centrales de esta novela. Y la frustración del fracaso, la constatación (en cierto momento de la existencia) de que las cosas no han salido como uno esperaba.

Hijos de la luz posee un ritmo endiablado (disculpen la sobada terminología) e incluso (aunque parezca todo tan oscuro) momentos francamente hilarantes. Y resulta certero a la hora de dibujar el cinismo y la brutalidad del Hollywood que emerge tras la época de los grandes estudios y los clásicos en blanco y negro.

Se rueda una escena en la que la protagonista de la película debe entrar desnuda en el mar. Habla el director:

“- Estoy pensando en erotismo –le dijo Drogue a Blakely-. Estoy pensando en sacrificio. En maternidad. ¿De acuerdo?

–      Correcto –respondió Blakely.

–      Estoy pensando en sacrificio humano. En

madonas.

–      ¿En tetas?

–      En tetas también”.

Así es la nueva industria o tal vez ha sido

siempre de ese modo, una máquina de triturar talentos, una fábrica de sueños que (en muchos casos) acaba provocando turbias pesadillas pobladas de monstruos agraviados por la derrota. Alguien recuerda, en la novela, a Monty Clift borracho y balbuceante frente a la cámara. Los actores citan a Shakespeare compulsivamente, como un sortilegio que les limpiara de la suciedad en la que están inmersos. Todo parece a punto de desmoronarse y es así, en el cine vales lo que vale tu último trabajo y tu último trabajo puede ser el último de tu vida y basta un traspiés para ello, así que nunca está de más empapuzarse un poco para avanzar unos metros más, para soportar el mal sueño californiano del que jamás se emerge.

Si les apetece un paseo por el lado salvaje de Hollywood, lean Hijos de la luz. No voy a afirmar que sea una obra maestra ni que Robert Stone (por mucho que les venciese allá por 1975) esté a la altura de Nabokov o Philip Roth. Pero no es una mala novela. Tiene momentos brillantes y se lee de un tirón y, por cierto, podría haberse convertido en una excelente película.

La redención final de Gordon Walker es tan triste como el resto, así que abandonen toda esperanza. Esta es la historia de un puñado de borrachos indecentes que tienen el mejor trabajo del mundo y (a la vez) el peor oficio posible. Oficio de tinieblas, valga la extemporánea referencia.

Y, además, qué caramba, Hijos de la luz me ha hecho reconsiderar la posibilidad de retomar Dog soldiers y darle una oportunidad. Ya veremos.

Hijos de la luz. Robert Stone. 378 páginas. Libros del Silencio.

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