Cataluña versus Escocia

07/04/2014

Luis Díez.

De antemano conocemos el resultado del debate sobre el permiso que solicitan los nacionalistas catalanes para celebrar el referéndum del 9 de noviembre. El honorable Artur Mas, convocante del referendo, también lo conoce y quizá por eso ha preferido quedarse en casa en vez de defender los fundamentos de la petición. Está claro que el PP, el PSOE y UPyD no aceptan una consulta unilateral que fragiliza territorialmente el Estado. Incluso dirán que no quieren que los catalanes se hagan daño. Es fácil suponer que si analizan con rigor las consecuencias sociales y económicas de la eventual independencia, llegarán a la conclusión de que pagarán más y vivirán peor. Y eso, como bien saben, se debe a que el dinero no tiene patria. ¿Imaginan lo que supondría que la Caixa, por citar una sola entidad bancaria, no tuviera acceso al BCE y al mercado interbancario de la zona Euro? Antes de que eso ocurriera, esa y las demás entidades, radicarían su razón social fuera de Cataluña. Es solo un ejemplo extraído de una conversación con el exdelegado de la Generalitat en Madrid, Jordi Casas.

Puesto que a posición determinada, excusado es consejo, y que de poco sirve constatar lo bien que unos y otros se lanzan los ladrillos a la cabeza el día de San Amancio, se puede criticar por igual la estulticia de Rajoy o la sagacidad de Mas, la buena fe del primero y la mala del segundo y viceversa. También se puede constatar la incapacidad de ambos para encauzar el malestar que nos ocupa. No son político de calidad, que diría Roca. De todos los caminos, eligen el peor. Del Estado autonómico podrían transitar al federal, más consecuente, sencillo y económico. El federalista y socialista Anselmo Carretero Jiménez recordaba desde el exilio en México que los catalanes lucharon con el resto de los españoles contra Napoleón Bonaparte y que en la historia contemporánea nunca fueron independentistas sino federalistas.

Como el debate se presta a comparaciones entre Cataluña y Escocia –el propio Mas defendió en la BBC el modelo “British way” para Cataluña–, conviene aclarar que Cataluña nunca fue independiente por más que en la guerra sucesoria de 1714 apostara por el archiduque Carlos y sufriera las consecuencias de la derrota. Un historiador tan poco sospechoso de españolismo como Pierre Vilar es recomendable al respecto. La mística independentista de Mas no guarda la menor relación con el avatar histórico de Escocia, por más que como dice el catedrático de Filología Inglesa de la Universidad de Salamanca, Román Álvarez, ambas nacionalidades tengan una bebida que las singulariza en el mundo: el cava y el whisky.

Escocia fue reino ya desde el siglo IX. Sus monarcas juraban sobre la Piedra del Destino de Scone, símbolo de la nación escocesa. La piedra fue llevada a Londres por Eduardo I en 1296 y permaneció bajo un trono de madera usado en las coronaciones de los reyes ingleses. Toda una humillación. En 1328, Eduardo III reconoció la independencia de Escocia y en 1603, después de siglos de luchas, se produjo la unión de las dos coronas con Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia, hijo de la decapitada María Estuardo. En 1746, en la batalla de Culloden, el duque de Cumberland, apodado “el carnicero”, liquidó las aspiraciones secesionistas de los escoceses, que sólo en 1996 han recuperado su piedra. No parece que las vicisitudes de un reino tan antiguo como Escocia sean comparables a las de Cataluña. Hace años, visitando con Jordi Pujol la colegiata de San Isidoro de León, donde están las tumbas profanadas por las tropas napoleónicas de los reyes y la “capilla Sextina del arte románico”, observé su admiración no exenta de cierta envidia histórica. Huelgan comentarios.

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