«Breverías”, de Patxi Andión, y una tarde perfecta

17/10/2014

Joaquín Pérez Azaústre.

El faro vigilante en la noche del mundo, la conquista del cielo natural de Madrid. En la cuesta del Rastro, en su cauce interior, rumiante hasta la Puerta de Toledo, puede concentrarse el nimbo rutilante de una edad, la pasión erigida en su propio lenguaje. Recuerdo atardeceres rutilantes, bares de un mar si horas, con la cadencia triste de los coches en una retirada al sur raquítico, de edificios con luces habitadas, mientras se hacía patente que nosotros seguíamos allí, porque habíamos decidido ser los dueños del instante único. Algo de esto puede tener la juventud, en su mejor perfil: pensar que la vida va a consistir en eso, en las tardes tumbadas en el humo de fábulas que parecen posibles. Porque luego la vida nos somete en su estricto desguace, nos asigna un papel, y vemos que el fulgor nos salpica muy poco, con una excepción de belleza encendida que pudimos tocar. Pero luego llega Daniel Serrano y dice que hay que envejecer indignamente y destrozar la piel del escenario con una pasión pura, y resulta que tiene razón. Hay que envejecer indignamente, hay que brindar siempre en ese fondo acuoso de las tabernas que atan nuestros nombres al silencio, que nos hacen mirarnos en su espejo y descubrir que aún somos los mismos: no tan derrotados, y ni siquiera cínicos.

Viene a cuento la disertación, de escritura sin barra, mientras mis amigos de los viernes de La Latina están a pie de barra hablando de estas cosas y de otras. Casi puedo verlos, y también escucharlos: por la hora, deben de estar en Xentes, o quizá en Casa Dani. Pero el viernes de hoy es otro viernes, uno de esos viernes únicos que hemos vivido a veces y que hoy me pilla lejos, porque querría vivirlo más allá del relato, mucho más elegíaco que nostálgico. Y es que esta tarde, después del famoso almuerzo galdosiano con José I de La Latina, Javier Astasio, Jerónimo Salinero, Pepe Regueira y los demás amigos, habrá tarde poética en La Casa Encendida. Presenta el gran Patxi Andión su libro Breverías, acompañado de otros sospechosos habituales: el maestro Rodolfo Serrano, Raúl del Pozo o Antonio Marín Albalate, y los magníficos editores de Huerga y Fierro, que siempre han dado al libro una dignidad. Pero es que también estarán mis queridos Íñigo y Jon Andion: el primero, cantautor de talento, con la finura rítmica de una confesión reconvertida en una pulcritud lumínica; el segundo, poeta distinto, rendido al fulgor lento de un idioma propio. Y también Rafa Mora y Moncho Otero, violadores del verso, que han sabido darle su tersura de asombro. Y estará Pablo Guerrero, que ha sabido desbrozar, Sin ruido de palabras, nuestra lluvia a cántaros.

Será en cuatro horas. Solamente dentro de cuatro horas. Una tarde perfecta. Imagino que con algún gin-tonic en Teresa, haciendo tiempo. Para mí sois, vosotros, los guardianes del tiempo, sin costuras dolientes. Y bueno, está el libro de Patxi. Para escribir este artículo me he puesto, de fondo, Porvenir, su último gran disco. Y cerveza Tango: la mejor de Argelia, o eso dicen. Ganas de leerlo, siempre. Y de veros también.

Nada viene a ser verdad; pero la razón de vivir, además, ha sido compartir el fotograma, con su brillo estelar. Después, tras la luz ardiente de la fiesta, quizá los más osados brinden con la penúltima media combinación en Lhardy, pero esa es otra etapa del relato. Seguiremos mirando el cielo de Madrid, con nuestra fe en las últimas palabras.

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