Dimisiones, no; ceses

17/10/2014

Josep M. Orta.

Recientemente hemos vivido varios episodios en que las peticiones de dimisión han sido casi unánimes. Las declaraciones del consejero de Sanidad de Madrid e el caso Ébola, los silencios de la ministra del ramo, la destitución de una funcionaria (todo el mundo reconoce que es muy eficiente) por que pretende compaginar la vida laboral con la familiar… Como ejemplo vale e intencionadamente dejo en el  tintero los casos de corrupción, los de obras inútiles…

Los ejemplos se alargarían pero en política nada es ingenuo. Cuando una persona hace unas declaraciones y mete la pata hasta el fondo no acostumbra ser fruto de un calentón si no es su filosofía y las lágrimas de cocodrilo sirven para poco. Hay algunos  -pocos- que tienen la mínima vergüenza torera de dimitir. Su actitud puede ser loable.

Sin embargo el responsable de que una determinada persona ocupe un cargo es de quien lo ha nombrado. Si dejamos al margen las personas que han sido elegidas por votación popular,  el resto de cargos dependen de la persona que los ha nombrado y, en consecuencia, ha de ser ella quien asuma los actos de sus subordinados y que actúe en consecuencia  una de sus atribuciones es cesarlos.  Y ante determinados actos  la destitución debería ser fulminante.

Por esto extraña que se pidan –inútilmente- tantas dimisiones y tan pocas veces se reclame al responsable de que estas personas ocupen un cargo que las cese inmediatamente.

 

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