Estrategia de comunicación

31/03/2015

Joaquín Pérez Azaústre.

La realidad supera a la estrategia de comunicación. Esto no lo entienden ni María Dolores de Cospedal ni tampoco el Gobierno, como le ocurrió antes al equipo de José Luis Rodríguez Zapatero, con sus últimas medidas de recortes al cuello. No les falla la comunicación. Les ha fallado la vida. Por eso esta mañana Cospedal ha salido al frente de sí misma, no de su partido ni de Mariano Rajoy, para decir que ella dio la cara en momentos oscuros, en la mayor crisis que ha vivido su formación política. Al césar lo que es del césar, como al ladrón su robo y a todo estafador su mentira invisible: efectivamente, María Dolores de Cospedal compareció ante los medios cuando nuestra máxima interlocución era una pantalla de plasma como exacta imagen de la bobería. Lo hizo para hablarnos del “despido en diferido” de Luis Bárcenas y convertir el Derecho laboral en una regresión al surrealismo, antes de que Buñuel clavara su cuchilla de afeitar en el ojo de Lorca. Sólo desde ese prisma, con el globo ocular sajado por un corte más profundo que el tiempo, es posible entender este saqueo público, ancestral y metódico, al que este gobierno somete a sus administrados, dejándonos el gesto con las cuencas vacías y los ojos esparcidos sobre la mesa, estupefactos, primaverales, solos.

Lo peor de todo es que esta gente ha debido pensar que somos todos, es decir, los 47 millones de españoles, una enorme pandilla de gilipollas. No digo que en España no haya gilipollas, pero también hay gente brillante que “hace cosas”, como diría Rajoy. Gente con capacidad crítica para indignarse ante la impunidad. Gente que contempla con asombro encendido la mentira continua, el asalto industrial, la destrucción del Estado Social y de Derecho, la escombrera de España, sin ningún disimulo. Porque el problema, con el Gobierno actual, no es que falle “la estrategia de comunicación”. No.

Esto es como si yo cojo a un tío y le voy bajando el sueldo hasta que lo despido. Después le dejo sin cartilla de Sanidad, saqueo su casa, se la quito para dársela al banco que ha sido rescatado con el dinero público y le envío a la Policía nacional, por si se le ocurre protestar. Mientras, me voy sacando de la chistera del rodillo parlamentario una ristra de leyes inconstitucionales que legitiman todos estos abusos imperiales, y cuando el ciudadano sale a protestar le envío un batallón de antidisturbios para que le reviente la crisma, a él y a su familia, y además me encargo de promulgar una ley que deja sus derecho de manifestación y de libertad de expresión mermados. Hago todo esto mientras me lleno los bolsillos del dinero público, tras esquilmar a la población con impuestos abusivos como el inexplicable IVA cultural del 21 % o el IRPF. Luego se confirma se confirma que he estado robando a manos llenas, como en los versos de Whitman, cambiando la hierba de la eternidad por los recursos públicos, y cuando la gente se manifiesta, enfebrecida, o cuando deja de votarme, gritando, los más radicales, los airados, que habría que colgarme por las pelotas, digo que “ha fallado la estrategia de comunicación”, me quedo tan pancho y continuo mi ruta de empanado mental.

No ha fallado “la estrategia de comunicación”. Ha fallado la decencia, ha fallado a honradez, ha fallado el respeto la ciudadanía, ha fallado la vida. ¿Y nuestra “estrategia de comunicación? Como diría Blas de Otero, nos queda la palabra. La palabra es acción. Nos queda la poesía. Y nos queda la rabia para gritar el fuego de los labios despiertos.

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