Prim 12

18/04/2015

Luis Sánchez Merlo.

En los tiempos en que Baltasar Garzón reinaba en el 5 y salía casi a diario en la tele, un amigo de Santander me contaba que cuando iba a viajar a Madrid y tenía que decidir si traía abrigo o venía a cuerpo, le bastaba con poner el telediario para ver cómo se había vestido esa mañana el juez estrella. Y con eso ya se aviaba.

A la espera de que la bronca municipal permita avanzar en el proyecto de «excepcional interés público» para la ampliación de la Audiencia Nacional -que contempla la construcción de una sala de vistas subterránea en la plaza Villa de París de Madrid- Prim 12 es la dirección de una de las sedes por donde entran y salen los furgones de la Guardia Civil que transportan reos de graves de delitos cuya competencia recae en ese tribunal.

La Audiencia Nacional (AN), nacida el mismo día en que se suprimía el TOP –Tribunal de Orden Público– que, tras haber asumido algunas de las funciones del Tribunal de Represión de la Masonería y el Comunismo, se ocupaba de los delitos políticos en el franquismo- se ha convertido, con el paso de los años, en auténtica protagonista de la actualidad del país ya que nos ofrece un desfile diario de la flor y nata de la delincuencia y el crimen organizado.

La AN surgió de la necesidad de contar con un tribunal independiente, capaz de juzgar los crímenes terroristas fuera de la presión política y social que ejercía ETA, algo imposible si los juicios se celebraban en el País Vasco o Navarra. Pero a medida que se fue extendiendo la metástasis, también creció el número de jueces y sedes, hasta llegar a este fenómeno extraordinario de Prim 12.

Entre las vetustas instalaciones de la AN, el edificio de Prim 12 –donde nuestra protagonista comparte escalera con el Patrimonio Olivarero Comunal, es particularmente inadecuado. En su insensata fachada acristalada, ondea una bandera de España descolorida, bajo la que el policía de servicio fumando mata las horas, y se aburre con encogida dignidad junto a los cubos de la basura que se apelotonan a la entrada del aparcamiento.

Pero donde realmente aflora la decadencia es en ese acceso de los furgones -desde la calle al garaje- unos días plagados de presos yihadistas, otros de financieros que reinaron en aquellas cajas de ahorros y otros de terroristas repescados a la espera de juicio. Porque la entrada es muy estrecha para el tamaño de los vehículos y cada día hay que apostar -con desazón- a la conjetura de si acertará a pasar el vehículo con los penados.

Es el paradigma de un país de puertas estrechas, que confina la idoneidad pero idolatra las apuestas. Porque esa calle no es la adecuada, ni tampoco lo es el angosto acceso al garaje de este tribunal que ofrece el blanco de su fachada acristalada como si se tratase de un comercio de ultramarinos.

Porque el día menos pensado el furgón no va a poder pasar y, una vez más, la anécdota se volverá a zampar a la categoría. Y hasta es posible que ese choque sirva, incluso, para abrir el telediario, engullendo las medidas que fiscales y magistrados adopten sobre los maleantes.

El pronto traslado de Prim 12 a la prestigiosa Plaza de la Villa de París -antigua huerta del convento de las Salesas– también permitirá a los magistrados acceder desde el edificio principal hasta las nuevas dependencias, sin necesidad de salir a la calle, lo cual añade el contrapunto de que los jueces ya no “harán la acera”, como ahora, privando a mi amigo de Santander de tan valioso termómetro para sus desplazamientos a Madrid.

merlo

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