Yo confieso: Rato me sedujo

20/04/2015

Carmela Díaz.

Gobierno AznarAdmito mis pecados: fui de las ingenuas que creyó en el milagro económico y en la valía de tipos como Rato, al que incluso vitoreé como candidato merecedor de alcanzar la pole en el cuaderno azul de Aznar. Sí, ese legendario junta-hojas en el que la sucesión de la presidencia de un partido de gobierno dependía de los santos compañones de un tipo con ínfulas cuya corte de palmeros le equiparó al Rey Sol. Cierto es que hace más de una década los españoles todavía nos encontrábamos inmersos en la edad de la inocencia en eso de los asuntos públicos, la democracia y sus supuestos valedores.

Todo era mentira. Las bonanzas de la España del bienestar se construyeron cual castillos de naipes erigidos por tahúres y malhechores cegados por la avaricia. Impostores disfrazados de caballeros que gobernaron sobre pedestales de arena. Titanes de acero cimentados en pilares de cristal. Los guardianes del Estado, la Justicia, la Libertad y hasta de la Hacienda Pública destruían todo aquello que estaban llamados a defender. La ejemplaridad de los que encumbramos como prohombres de nuestra era fue un espejismo falaz con epicentro en el vasto desierto de la codicia humana.

Carmela DíazLos que alguna vez nos acomodamos en la edad de la inocencia tuvimos una desoladora caída del guindo, tan perniciosa como cruel. Asistimos descorazonados al fin de una época que nunca fue tal. Nuestras pupilas se empañaban por la sucesión implacable de escandalosas imágenes mediáticas orquestadas para promover el escarnio público: los próceres que alguna vez admiramos no eran más que jugadores avezados del latrocinio urdido por las élites, estafadores de los votantes de buena voluntad. Nuestras tragaderas rebosaron hasta tal punto que se hizo inevitable anteponer la presunción de delincuente frente a la de inocencia.

Ahora nuestro ánimo maltrecho ruega por una catarsis purificadora del sistema. Pero cuando la ilusión parecía renacer en forma de rostros inmaculados sobre el escenario político, nuestro gozo en un pozo. Los que claman por la regeneración acaban de aupar como presidente del Parlamento andaluz a un implicado en quebrar cajas de ahorros. Y el que se postula como mesías del cabreo español, Pablo Iglesias, ese malote combativo, adalid de la ruptura con este sistema corrompido, se nos pone tierno mientras entrega un presente al jefe del Estado por vía vaginal. El líder podemista se retrata: anhela codearse con esa casta que va despreciando con la boca pequeña mientras sugiere que la resolución de los acuciantes problemas de nuestro tiempo se encuentra en la trama de una saga de ficción. Criaturita.

Quizá nuestra penitencia por sucumbir a aquella edad de relumbrón postizo sea perder la esperanza. Si ni los viejos ni los nuevos dan la talla puede que haya llegado el momento de plantearnos la demarquía: ese sistema donde los representantes del pueblo son seleccionados por sorteo, suprimiendo elecciones y partidos políticos. El Estado se gobernaría por ciudadanos elegidos aleatoriamente. ¿Se solventarían así los vicios de los gobiernos convencionales manejados por políticos profesionales y supeditados a intereses propios frente al bien común? ¿Evolucionaría el perfil de un electorado pasivo, poco comprometido y desinformado?

Sea cual fuere el precio que tengamos que pagar por nuestra ingenuidad de antaño, les deseo lo peor a los integrantes del batallón de los bandidos, seductores sibilinos que se mofaron de España mientras traicionaban nuestra confianza y saqueaban nuestros bolsillos.

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