TTIP

20/04/2015

Antonio de Oyarzabal.

En Madrid no pasa un día sin alguna manifestación que echarse a la boca. De un amplio espectro de colores – marea blanca, marea verde, arco iris…- con banderas variadas, pancartas reivindicativas de muchos lemas, y de suerte muy desigual en cuanto al número de participantes se refiere.

      Hace unos días me tropecé con una de las menguaditas, más bien «esponjosa» y poco compacta en sus filas, con mucho joven llevando en sus hombros al niño de la pareja, ella a su vera empujando el cochecito vacío, algún que otro tambor estridente y poco más que contar. Sobre todo que contar, porque allí no habría muchas más de dos mil almas, críos incluidos.
      El gran motivo de la protesta, el TTIP. Allí me pase un rato contestando a preguntas de amables compañeros casuales de acera, viandantes de toda edad y condición que inquirían a cuantos coincidíamos a su alrededor de qué se trataba aquello. Quedé muy bien ante esa audiencia espontanea porque en cuatro frases pude darles la impresión de que habían tropezado con un verdadero experto en la materia. Claro, en el país de los ciegos…
      A mí personalmente el desfile de aquellos contestatarios me trajo recuerdos – todas las distancias salvadas – de las manifestaciones anti-OTAN que poblaban nuestras calles a principios de los ochenta del siglo pasado, cuando el Gobierno de UCD con su Presidente Calvo-Sotelo al frente decidieron dar el paso definitivo de anclar España al entramado occidental al que por Geografía, Historia y Civilización pertenecíamos .¡Y bendita sea su memoria, porque solo beneficios hemos cosechado de su entonces bien arriesgada decisión!
     ¡ Aquellas sí que eran manifestaciones, me dirán Vds.,cientos de miles de airados ciudadanos al cabo de la calle de cuanto allí se dilucidaba, motivados por sus partidos respectivos, y unidos por una consigna muy pegajosa: «Abajo el Imperialismo»( de Estados Unidos, se entiende, porque del «otro» no se hablaba) ! ¡ Nada que ver con esta protesta de nuestros días, cuya motivación nadie en la calle parecía compartir ni siquiera entender. Nada que ver, salvo un trazo en común :anti-USA. Y ese común denominador – las mismas caras, los mismos gritos, iguales cánticos…- era lo que en mis recuerdos rememoraba la «batalla atlántica» que unos cuantos «cachorros diplomáticos» de esos lejanos días librábamos en el entorno político de la llamada Transición.
      No nos ha ido tan mal a los europeos en general y a los españoles muy en particular con la Alianza Atlántica, la organización militar y política más perdurable en el tiempo, más efectiva y más solida de cuantos lazos se han establecido allende el Océano, precisamente con la super-potencia que más veces ha tenido que venir al rescate de este Viejo Continente, que más caídos ha dejado en los campos de batalla europeos – ¡ qué aleccionadora la visita a algún cementerio militar americano en Normandia, por ejemplo ! -,que más soldados ha tenido aquí desplegados para quitar de la cabeza algún mal pensamiento que pudiera cruzarse a los vecinos orientales del fenecido Telón de Acero.
      Pues bien, el TTIP que nos ocupa podría muy bien equipararse a la vigente Alianza en cuanto que trata de asegurar un futuro de intereses fuertemente compartidos entre las economías de la Unión Europea y Norteamérica, dos de los polos aún mayormente predominantes del comercio y de las finanzas mundiales. Aún predominantes, pero por desgracia para nosotros los europeos, con claros y reveladores signos de decadencia, de que el bacalao de la Economía global empieza a cortarse en otros mares, con otros socios más vigorosos y despiertos.
      En el fondo el TTIP solo trata de «planchar» las barreras de tipo normativo mas que tarifario o aduanero, que siguen complicando la fluidez de comercio  entre ambas partes, esas reglas administrativas internas que impiden de hecho muchas de las transacciones de bienes industriales, de productos agrícolas o simplemente de inversiones en uno u otro lado. De crear así un amplio «mercado único», que tantos beneficios ha traído por ejemplo a las economías internas de la U.E. ,o a los tres «grandes» de América del Norte – Canadá, Estados Unidos y México – cuando ,no sin resistencias ,se decidieron a poner en vigor el Acuerdo NAFTA.
      La negociación está aún abierta y muy abierta, con los lógicos altibajos de unos tratos tan complejos como los que se dilucidan entre Washington y Bruselas.Todo depende ahora de que el Presidente Obana obtenga del Congreso la autorización «Fast Track», una especie de acuerdo con las Cámaras por el que la aprobación parlamentaria de lo que se firme en la mesa de negociación sea objeto de un debate y una votación final en bloque, y no partida por partida donde la infinidad de intereses parciales haría prácticamente imposible el concurso preceptivo del Congreso.
      Esta es una oportunidad sin paralelo Y si quieren, sin alternativas 😮 logramos convertirnos en los auténticos «socios inalterables» de los Estados Unidos para el tiempo que nos espera, o nuestro Viejo Continente será eso: viejo, viejo y viejo.Nada más.

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