La liturgia de la luna

27/04/2015

Joaquín Pérez Azaústre.

La poesía mineral de Jerónimo Salinero, con esa hondura sísmica bajo la sencillez de sus palabras, guarda una condición invisible y ligera de hendidura en la vida, de una decantación de toda la sustancia natural de los días a través de sus materiales, de sus voces, de su erosión limada por un tiempo curtido. Porque el tiempo que maneja Jerónimo Salinero al escribir, y seguramente también al pintar, no es una mera acumulación de horas, de vivencias más o menos registrables sobre las páginas de un álbum, sino un aprendizaje de la realidad, una apreciación de sus matices y una apropiación de la corteza, con su marca en la piel. Porque se ha escrito mucho de la cacareada sencillez en la poesía –como en la vida-, para enmascarar la incapacidad, o la simpleza, de unas cuantas visiones de la poesía –y de la vida-, y no estamos hablando de esa sencillez cuando hablamos de la sencillez en la poesía de Jerónimo Salinero. El poeta que escribe “Por eso ahora quiero recordarte amigo, / recordarte siempre, hasta que mi voz / se apague en un leve susurro”, también se va apagando lentamente en esa evocación, porque ya ha comprendido que el silencio es la calma abierta de la serenidad sobre el campo magnético. O cuando en el mismo poema –titulado Haciendo camino-, encontramos que “El cambio de estación ha retrasado / el oro que precede al desnudo de los álamos”, sabemos que el artificio se ha difuminado en un decir natural, para que brille una expresión que es poéticamente plena, porque se ha desnudado en su verdad.

Si “Ya está el fruto dispuesto para el sacrificio”, también sabemos En el pajar de los pobres que “Todo era una obra sin argumentos”. ¿Ecos de Gil de Biedma? Es posible que sí, no sólo en la evocación de En las ruinas de mi inteligencia, sino en la manera directa de decir y en la apariencia de coloquialismo: porque tanto en la poesía de Jaime Gil de Biedma como en la de Jerónimo Salinero nos encontramos con una apariencia de coloquialismo, perfectamente timbrada, con su propia retórica y su musicalidad. No se habla así, porque nadie habla así, como sucede, también, con la poesía de Joan Viyoli: sin embargo, cuando los leemos, nos da la sensación de que podrían hablar así, o nos están hablando en ese instante, directamente a nosotros, con un lenguaje propio que también nosotros compartimos, con su sencillez, sí, pero con su hallazgo refulgente, que también se produce, entre la hierba y la aridez roma del viento.

“Porque la mano blanca de nube mutilada / cogerá la esencia de un tiempo perdido”: Antonio Machado, como en el maravilloso poema Huellas, con esas manos niñas siguiendo el rastro menudo, de sutil ronroneo, de unos pasos de gato, el 15 de junio de 1948. La poesía de Jerónimo Salinero en este hermoso libro, La liturgia de la luna, pone fecha a los días en nuestros corazones, como en el gran poema No recuerdo su nombre, tan extraordinario como Poemas verdaderos. Creo que Poemas verdaderos es un poema que todo poeta joven, adulto o viejo debería leer alguna vez. Comienza con una interpelación doliente: “¿De qué hablaran los poetas / cuando la tierra se ahogue / en su propio sudor”? Sí, ¿de qué hablarán, hablaremos, cuando ya sólo quedan las “cenizas / de poemas verdaderos”? Se presenta la vida con sus brazos desnudos, con sus manos abiertas, que han pintado las horas y su vértigo exhausto en la última cornisa de un amanecer. Visión y plenitud, una poesía de cuarzo ante el granizo.

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