La búsqueda de talento, la mejor inversión

19/05/2015

Miguel Ángel Valero.

 

El penúltimo informe mensual de Mercados de Banca March, a los que esta sección de La Peineta es tan adicta, cuenta la historia de la Ilustración escocesa, descrita como “el puente de plata entre Newton y Einstein”. En aquella época, Edimburgo era conocida nada menos que como “la Atenas del norte”. Pero en 1707, cuando se aprueba el Acta de Unión y nace lo que conocemos como Gran Bretaña, Escocia era una de las regiones más pobres de Europa.

“Narramos una historia de cómo la educación de calidad, de cómo la inversión en el talento oculto en todas las capas del estrato social, puede generar auténticas revoluciones científicas y tecnológicas, con consecuencias inimaginables en el momento de realizar la inversión. En la sociedad moderna, donde el conocimiento se transmite de forma prácticamente instantánea, el auténtico valor añadido radica en fomentar la investigación y el desarrollo tecnológico, el libre pensamiento y los laboratorios de ideas, donde las distintas disciplinas científicas puedan interactuar en libertad e impulsar hacia adelante el conocimiento”, señala Alejandro Vidal, director de Estrategia de Mercados de Banca March.

Un factor clave es que la Iglesia Escocesa era calvinista, especialmente comprometida con la formación, puesto que consideraba que promover el conocimiento y la educación era una obligación del clero hacia la población. La suma del impulso económico que llegaba por el comercio y el pensamiento calvinista fomentaron la creación de un sistema público de educación a todos los niveles, tanto en formación básica a nivel de escuelas primarias como en el desarrollo de universidades, especialmente las de Glasgow y Edimburgo.

De ahí surgieron figuras como Francis Hutcheson y, sobre todo, David Hume, que desarrolló el pensamiento científico y su método, estableció nuevas relaciones entre éste y la religión, y definió el Problema de la Inducción. Eran pensadores totalmente volcados hacia el empirismo y la experimentación científica como métodos para desarrollar nuevas ideas, huyendo de los dogmas.

“Sobre esta base de pensamiento científico moderno, en un marco de enorme libertad de enseñanza y experimentación, las Universidades escocesas comenzaron a romper esquemas y a generar impresionantes avances en todos los campos”, añade Vidal.

Sobresalen Adam Smith, autor de “De la naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones”, la obra que inicia el liberalismo y la teoría económica moderna, donde se describen factores como la política económica, el capital humano o la especialización en el trabajo.

O el ingeniero James Watt, inventor de la máquina de vapor, que permitió el desarrollo industrial y de los transportes y que colocó a Gran Bretaña a la cabeza del mundo.

Sin olvidar a un joven matemático escocés, James Clark Maxwell, que revolucionó la física, todavía muy anclada en Newton. Entre sus aportaciones, la integración del magnetismo y la electricidad, que definió como distintas manifestaciones de una misma fuerza (la electromagnética). Esta unificación permitió el desarrollo de la electricidad como algo manejable, con las implicaciones que evidentemente conllevó para la tecnología. También definió las ondas electromagnéticas, la base de tecnologías que florecerían muy poco tiempo después, como la radio, el radar, las radiografías, la transmisión del calor, o la exploración espacial.

Maxwell abrió la puerta por la que profundizaría Einstein y su física cuántica, y que llega a la revolución tecnológica que, de la mano de los ordenadores cuánticos, se hará realidad a lo largo de este siglo XXI.

La moraleja de toda esta historia es cómo una región pobre como Escocia dio un salto de gigante gracias a que se invirtió en educación, en la búsqueda de talento, se fomentó la investigación y el desarrollo tecnológico, el libre pensamiento y los laboratorios de ideas.

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