A quién teme España

23/06/2015

Xurxo Torres.

La gestión de crisis es uno de los ámbitos paradigmáticos de la consultoría de comunicación. Pocas prácticas tienen tanta bibliografía acumulada y toda esa base de conocimiento permite contar con un andamiaje teórico sobresaliente. Sin embargo, la realidad demuestra de manera contumaz cómo hasta el más sólido castillo teórico es incapaz de resistir los envites de la debilidad humana, de su miedo.

Todo parecía indicar que después del 24 de mayo el clima comunicativo de este país encontraría cierto sosiego en el delirante ciclo electoral que nos ha tocado vivir en 2015. Y no, todo lo contrario. El resultado de las urnas parece haber reverdecido los terrores nocturnos de nuestra infancia y los monstruos transitan a lo loco por doquier uno mire.

Ante tanto miedo, la pregunta es obligada ¿a quién teme España? A la vista de lo que está sucediendo se puede concluir que el temor va por barrios. El poder político y económico teme al poder social que se intuye bajo esa amplia gama de siglas surgida en el nuevo mapa municipal y autonómico.

El poder social teme a un poder político desafecto con su realidad y contaminado por un ciclo de corrupción que aparenta no tener fin. También teme a un poder económico que, en el peor de los casos, ha sufrido la crisis como una pérdida de beneficios. Todos temen a todos y lo paradójico es que, más allá de esta puesta en escena, los unos no se entienden sin los otros.

En las últimas décadas se ha pervertido el concepto de poder como base de la tradición democrática occidental. De los tres poderes reseñados por Montesquieu han proliferado tantos como intereses ha habido en juego. Y ese es un escenario que debe ser corregido.

Para desterrar el miedo -y a los monstruos que lo sustentan- es preciso convención, gestión y convicción. El problema de la corrupción no son los corruptos, son los corruptores dice José Antonio Zarzalejos en su último libro Mañana será tarde. La estructura que ha propiciado este orden de cosas lleva años intentando vadear la realidad de una sociedad postindustrial cada vez más eficiente y que demanda espacios de consenso, proyectos apalancados en hechos y ratificados por resultados medibles.

Este esfuerzo, a simple vista, puede sonar inocente o quimérico. En realidad, es inevitable. El mercado tradicional de consumo ha cambiado hasta crear, por medio de la tecnología, la figura del prosumidor como híbrido de productor y de consumidor. Lo mismo sucede con el esquema tradicional comunicativo, donde las figuras de emisor y receptor se funden, gracias a la red, en emiceptores. En 1972,  McLuhan y Levitt lo adelantaban en su trabajo Take Today. Hace 43 años, el ideólogo de la aldea global ya estaba hablando sobre esta “nueva” realidad social que ahora da tanto miedo.

El único poder, el que da sentido a cualquier otra manifestación del mismo, es el que emana del conjunto de la sociedad. El político no es un poder, es una representación. Y lo mismo sucede con el económico. No es un poder, es un motor.  Una sociedad de estas características se alimenta tanto del crecimiento del PIB como de la evolución de la tasa de pobreza, de la evolución de la prima de riesgo como de la dificultad para encontrar financiación.

Nada restituye el impacto de la crisis. Por muchas palabras que se combinen la realidad de la pobreza seguirá ahí: puntual e insondable. Terrible. Lo único que podemos decidir es cómo abordamos ese terror, con miedo buscando culpables o con responsabilidad, depurando responsabilidades, pero -sobre todo- buscando soluciones.

Es preciso superar la percepción de que las elecciones y sus resultados son los breves espacios en los que el sistema democrático deja aflorar la opinión de la sociedad. En la actualidad (en realidad, desde hace años) el refrendo de las urnas se somete a escrutinio diario. La sociedad no cesa de opinar ni de pensar en el tiempo que transcurre entre un proceso electoral y otro. Y quién no tiene presente esto simplemente se está engañando. Y este alejamiento de la realidad crece y crece hasta que se da de bruces con ella y, entonces, desde la incredulidad, aparecen el miedo y los monstruos.

A la sociedad no se la puede señalar como culpable de nada sino como exponente de aprendizaje. La sociedad no se equivoca, evoluciona. Y nos corresponde a todos y cada uno de nosotros -integrantes de esa sociedad- decidir cómo queremos que se produzca esa evolución y defender nuestros valores -cualesquiera que sean- con sentido y sentimiento. Esa es la grandeza de nuestro sistema. Esa es la única barrera que nos protege del horror. Anteponer ideas a las descalificaciones de uno y otro lado.

Xurxo Torres
Director General de Torres & Carrera

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