Corralito en Patmos o la crisis griega desde la isla del Apocalipsis

29/06/2015

-. Crónica de Daniel Serrano desde Skala (Patmos), en exclusiva para diarioabierto.es // ¿Qué es el corralito?

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Ha cesado el viento y la isla se despierta sin aparente zozobra. Estamos en Patmos, exilio en el Egeo donde San Juan escribió el Libro de las Revelaciones o Apocalipsis. Lo hizo en una gruta por cuyas grietas escuchó la voz de Dios. El día en que se anunciaba el Apocalipsis financiero para Grecia, dentro de esa cueva santa un pope se espantaba las moscas de la barba sentado en una silla y dos ancianos besaban incansables las muchas reliquias allí expuestas.

Afuera, el mar, silencio y gatos por las calles blancas. En el puerto de Skala, donde paran los ferris procedentes de otras islas y del Pireo, la vida sigue igual (o eso parece) con el corralito griego en marcha. En el cajero una mochilera estadounidense aguarda para sacar dinero. El límite de 60 euros es para los griegos. No para los extranjeros. Sacamos 80 euros sin problema y luego, en el supermercado, pagamos con la misma tarjeta. No da la impresión de que este rincón remoto de Grecia este sumido en el pánico.  Preocupación ha de haber, por supuesto. No es una situación fácil, nos comentan en nuestro hotel. Pero Grecia está acostumbrada, últimamente, a sobrellevar toda catástrofe.

Y Patmos, en concreto, está demasiado lejos de todo y ha sido isla asolada por corsarios, genoveses, turcos… En realidad, Patmos es Grecia desde hace relativamente poco. Ha sido turca muchas veces. Los habitantes de la isla combatieron al otomano y hoy lo reciben con los brazos abiertos.

-«Vienen muchos turistas turcos. Estamos a una hora en barco. Son buenos turistas, gastan mucho dinero. Y de estilo occidental, nada que ver con el islamismo…»

Nos lo cuenta un camarero que apoya la pelea del gobierno contra los poderes de la Unión Europea. Porque en Patmos los camareros son de Syriza (y de Podemos).

– Si volvemos al dracma, bienvenido sea. Tenemos a Rusia y tenemos el turismo, aquí en la isla no van a faltar ingresos…

– ¿Rusia?

– Sí, sí, Rusia y Grecia son grandes amigos, tenemos la misma religión…

Europa es el enemigo y Rusia es amiga de Grecia. Naturalmente no todo el mundo piensa así en Grecia (seguramente sea una opinión minoritaria) pero sí se nota en la población un resentimiento evidente frente a la Europa capitaneada por Merkel que exige y exige y exige sacrificios a esta nación orgullosa a la que le cuesta doblar la testuz frente a imposiciones extranjeras.

Los camareros son de Syriza (y de Podemos) en Patmos En Diakofti, al sur de la isla, hay un magnífico restaurante en medio de un astillero donde se realizan reparaciones para los pequeños barcos de recreo y pesca que hay en Patmos. Un camarero de unos treinta y pocos años nos pregunta:

– ¿España?

– Sí.

– Podemos!!

De Atenas hasta esta remota isla, ese brevísimo diálogo se ha repetido en numerosas ocasiones.

– Si no tienes sanidad, educación y trabajo el euro no sirve para nada. No pueden pedir, pedir, pedir a Grecia sacrificios una y otra vez. Yo creo que Tsipras lo está haciendo bien.

Eso si, el optimismo que no falte. Sea camarero, taxista o jubilado, nadie ve a Grecia fuera de Europa. Al final, confía casi todo el mundo, todo se arreglará.

Y, mientras, Patmos permanece un tanto ajena a las tormentas que agitan Atenas y los turistas siguen recalando en su puerto, en las blanquísimas calles de Chora dormitan los gatos, de noche en los monasterios se ora a la luz de las velas, existen más de 100 capillas e iglesias en la isla, es la Jerusalen del Egeo aunque haya (hoy por hoy) más visitantes que acuden atraídos por sus playas de piedra y arena gruesa, playas arboladas en las que las higueras crecen casi en la orilla.

Patmos es un paisaje de roca y matorral aromático, con burros, campesinos bigotudos y un aire de otra época si no fuera por los italianos que hacen sonar el claxon como forma de diversión y estropean el tipismo tan disfrutable. En alguna de las esquinas de Patmos el tiempo parece detenido pero el Apocalipsis llama a la puerta y las bolsas se desploman, el mundo tal vez perezca por la crisis griega.

En los cafés, sin embargo, los griegos de Patmos que pueden estar ociosos un lunes (jubilados en su mayoría) beben el largo café de la mañana con la misma despreocupación de ayer. O con la preocupación de ayer. Si sobrevivieron a los corsarios, sobrevivirán a esta crisis.

A través de internet llegan ecos de una oleada de pánico, largas colas en los cajeros, histeria… Puede que, en unos días, ése sea el panorama en Patmos. Quizá ésta sea la calma que precede la tempestad.

El día en que el Apocalipsis financiero se anuncia en forma de corralito griego bebemos vino blanco en un merendero frente al mar, «al borde de una preciosa ensenada donde las barcas descansaban sobre aguas agitadas el viento». En la mesa de al lado, un pope barrigudo y barbado, con la melena larga recogida en una coleta y gafas de sol del estilo de las que llevan los pilotos.

Junto al pope, su sobrino, un niño miope con zapatos de domingo. Sobre el mantel de plástico: ensalada con tomates, pimientos, cebolla y pepinos. El sacerdote sacia su sed con cerveza y el niño disfruta de un refresco de naranja. Dos paisanos se sientan con el sacerdote y el crío y hacen tertulia. El cura ortodoxo habla con voz de Júpiter tonante y entre sus dedos cruje un rosario de gruesas cuentas de madera.

Detiene su paso un campesino que va en burro y regala tres pepinos a los parroquianos griegos del merendero. El crepúsculo dora las aguas. Esto es Patmos. Aquí no pasa nada. Pero no olvidemos que es la isla del Apocalipsis. Tal vez estén demasiado acostumbrados a que les anuncien el fin del mundo y luego no suceda nada.

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