La abuela del ministro

17/08/2015

Luis Sánchez-Merlo.

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Nacido en Tetuán, bajo protectorado español, el nuevo Ministro de Educación, Cultura y Deporte, fue hijo de un militar ayudante del general Franco y nieto de Carmen de Icaza, que también desempeñó relevantes cargos en la vida política del régimen, como secretaria general de Auxilio Social y de la Dirección General de Propaganda del Movimiento.

Pero, además, la abuela del ministro alcanzó gran popularidad como autora de novelas rosas, entre ellas Cristina de Guzmán, profesora de idiomas, que se convertiría en uno de los seriales radiofónicos más seguidos de la posguerra española y sería llevada al cine hasta en dos ocasiones.

Luis Sánchez Merlo

Luis Sánchez Merlo

Preguntado el recién nombrado ministro por nuestro cine, salió al paso con unas declaraciones antológicas: “me gusta mucho el cine español, veo a menudo ‘Cine de Barrio’ en TVE”, ante las que ya se han despachado con sorna en la red: “Si por ver ‘Cine de Barrio’ se puede ser Ministro de Cultura, mi madre que ve ‘Qué tiempo tan feliz’, ¿no podría serlo de Bienestar Social?”

 No ha estado acertado el ministro al hacer estas declaraciones sobre un sector que sustenta tantas familias y sobre un terreno de tanta proyección nacional e internacional. Y no es cuestión de esnobismo cultural. El problema es que el equivalente -que en boca de un ministro de industria sería algo así como: «sí valoro mucho la producción automovilística nacional, sobre todo el seiscientos y el cuatro cuatro….»- conduciría a la apremiada dimisión por muy entrañables y nostálgicos que sean los recuerdos de ambos modelos en el marco de nuestra infancia.

Porque un ministro de cualquier ámbito está en escrutinio permanente -como algo consustancial al cargo- y, en este sentido, nadie duda de que esa respuesta habría merecido un suspenso.

Lo que pasa es que a los políticos bisoños, la locuacidad suele jugarles malas pasadas. Sin apenas tiempo de haberse acomodado, los apremian para que se presenten y transmitan empatía, pero lo único que consiguen con ese indisimulado entusiasmo es meter la pata.

No es de esperar que un hombre que lleva media vida (34 de sus 59 años) dedicado a los asuntos europeos -los últimos cuatro al frente de la Secretaría de Estado para la UE, tras diecisiete como eurodiputado- haya acampado muchos sábados en Madrid para disfrutar de las andanzas de Martínez Soria, Pajares, Esteso, Landa, o el recién desaparecido Sazatornil, en esas añejas películas del siglo pasado.

El ministro del celuloide

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 Quizá por eso no emitió un juicio preciso sobre el controvertido cine español y –con rasgo aristocrático- se acabó yendo por la tangente: “me gustan las películas antiguas y las actuales, pero no quiero citar ni unas ni otras”. Sin duda, el ministro del celuloide desaprovechó una excelente ocasión para callarse o destacar dos de nuestras últimas producciones, ‘El niño’ y ‘La isla mínima’, cuya calidad no desmerece del cine que se hace hoy en el resto del mundo.

Pero con lo que no contaba el barón de Claret es con la réplica inmediata de las redes sociales -siempre punzantes, críticas y atormentadamente pegadas a la actualidad- tras esa aciaga declaración de principios.

Y es que, no podía haber elegido un programa mejor para suscitar la discusión, a juzgar por la ferocidad con la que se han placeado sus gustos cinematográficos: “Cine de Barrio es patético, representa la castañuela, la ignorancia, el manido tópico, el aburrimiento de una España muerta y enterrada que se empeñan en mantener como momia a la vista de todos”.  

La polémica, de paso, ha servido de eco, a los ya ‘desconectados’ que se quieren ir de España: “lo que ha dicho este inculto ministro de un país que no es el mío, es una muestra de lo que queremos evitar y de lo que necesariamente hemos de huir. Por si todavía queda alguno que duda sobre lo que es la caspa”.

Una radiografía documental del cine español

 ‘Cine de Barrio’ -que lleva veinte años en la parrilla del sábado- constituye una radiografía documental del cine que entretuvo a un país durante décadas y, como tal, merece una consideración que no han tenido quienes se han tirado a degüello, o sea, que no soy quién para dejar de reivindicarlo como una manifestación -tan legítima como cualquier otra- de la denominada cultura popular.

Por ahí han desfilado desde Manolo Escobar a Arturo Fernández pasando por Gracita Morales, Toni Leblanc, Joselito, Florinda Chico o los Ozores. No en vano a algunos les ha parecido normal que el nuevo ministro de cultura cite este programa como su referencia cinematográfica ibérica.

Como diría Umberto Eco, hay mucho apocalíptico en esto y un sinfín de integrados ocultos, que, sin reconocerlo abiertamente, dedican más de una tarde de sábado para volver a ver ‘El día de San Valentín’, ‘Tres de la Cruz Roja’ o ‘Los Tramposos’, comedia inefable que nada tiene que envidiar a alguna de las célebres astracanadas de los Marx, con permiso de los puristas.

La ‘modernidad moderada’

 La abuela del ministro -y tía de Carmen Diez de Rivera, una de las musas de la Transición- defendía en su discurso rosa la ‘modernidad moderada’, con una mezcla inconfundible de personajes (joven bellísima y hombre mayor que ella, cargado de experiencia, apuesto y cortés) argumento (la jovencita se prenda del galán y éste termina por sucumbir ante su belleza, bondad y juvenil atractivo) y desenlace (los enamorados se prometen, se casan y no pueden dejar de ser felices).

Típico guion de película concebido en unos tiempos en que los españoles aún íbamos a las salas buscando que el cinematógrafo, con su amplia gama de aventuras, estremeciera -aunque sólo fuese brevemente- nuestras fantasías.

Y esto podría haber llevado al señor ministro a recordar aquel entrañable serial radiofónico de la abuela y el no menos risueño plan de las lejanas tardes del sábado, un coctel muy apropiado a las circunstancias de un tiempo ya pasado.

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