El Instituto San Mateo, un laboratorio de cracks

11/11/2015

Luis Sánchez-Merlo.

mateo

Sin piercings ni pelos teñidos, los alumnos del San Mateo -el “Sanma”, como les gusta llamarse- acuden cada mañana a clase, sorteando las escaleras de acceso al Instituto, alfombradas con los orines y vómitos de la noche, que desprenden una peste que ni siquiera el zotal y la lejía han logrado neutralizar. Graffiti, botellas, plásticos, cartones y preservativos, son el paisaje de acceso al centro educativo “por excelencia” de la Comunidad de Madrid.

A la espera de la apertura de un hotel de campanillas en el solar vecino, que pueda cambiar el panorama, unas docenas de ociosos, litrona y tente tieso, han tomado al asalto un espacio céntrico de Madrid que han convertido en un vertedero, solo matizado por la presencia cercana de Mama Framboise, paraíso del dulce.

Catedrático de Latín y profesor de griego, culto y combativo, trajeado y con cuidada pajarita, Horacio Silvestre es su director, al que la entonces Consejera de Educación de la CAM, Lucía Figar, confió hace cinco años la tarea de construir un modelo de educación de calidad donde los alumnos pudiesen destacar por sus virtudes personales y nunca por su indumentaria.

Con anterioridad, el ticket Figar-Delibes había ido introduciendo pequeñas, pero eficaces medidas para premiar el esfuerzo y la capacidad de los alumnos. Empezaron poniendo en marcha unas pruebas externas, sencillas, destinadas a diagnosticar el nivel en Matemáticas y Lengua de los alumnos de Primaria y 3° de ESO (Enseñanza Secundaria Obligatoria).

La izquierda, mayoritaria en el gremio, recibió el intento con indisimulado rechazo pero la prueba se fue asentando y salió adelante, porque era del agrado de familias y de alumnos, a los que les hechiza la competición.

Y así, la Comunidad de Madrid comenzó a premiar a quienes obtenían buenos resultados al final de la enseñanza obligatoria, mediante la convocatoria de unos premios extraordinarios para alumnos que cumplieran una serie de requisitos al graduarse de la ESO. Si al final del Bachillerato y de los grados en la Universidad se dan premios a los mejores. ¿Por qué no hacerlo también con los más pequeños?

El colofón a este proyecto -de sana competición y búsqueda de la excelencia- iba a ser un instituto para esos alumnos que pretenden llegar a lo más alto y no escatiman esfuerzos para conseguirlo. El edificio del San Mateo, cerrado desde 2007 por falta de alumnos, era la sede adecuada para este proyecto.

La vice consejera de Educación de la CAM y co-impulsora del proyecto, Alicia Delibes, sobrina del escritor vallisoletano, matemática y antigua profesora de Bachillerato en el Ramiro de Maeztu, (autora de La gran estafa- un libro sobre la degradación de la enseñanza media) quería reformar los planes de estudio, para hacerlos coherentes, realistas y ambiciosos, a fin de subir el nivel de nuestros universitarios.

Las ideas reformadoras de Delibes concordaban con las tesis de Silvestre quien recordó a las barandas del gobierno de Madrid que los institutos de Bachillerato –que siempre habían sido el punto de referencia de calidad en los estudios preparatorios para la Universidad- se habían convertido en una especie de asilos asistenciales sin criterio ni objetivo claro, favoreciendo, de paso, a los colegios privados, que podían hacerse con todo el mercado de la formación de calidad, sin competencia.

También, insistía Horacio en la necesidad de que el Latín tuviera una presencia mayor en el Bachillerato reforzando el argumento en que su arrinconamiento está en proporción directa con la pavorosa decadencia de la educación en España.

No fue fácil porque, como suele ocurrir en los procesos de reforma, había que terminar amoldándose a la burocracia -ramplona, apolillada y con corsé- a la que obligaba la normativa vigente.

Para el director del San Mateo, no es equitativo que se invierta tanto en el llamado ‘sistema educativo’ con tan malos resultados y “se niegue la oportunidad de prosperar a chicos capacitados, porque no se pueden pagar un colegio privado o porque no dispongan de un aula en la que haya que estar esperando a que los compañeros se callen o asimilen los conceptos tras años de repetir lo mismo”.

Una de las bazas de este ‘laboratorio de cracks’ -250 alumnos, 20 profesores- son los idiomas, al ser obligatorio el estudio de una segunda lengua, para lo que cuenta con lectores de francés, inglés y alemán que completan las clases de los profesores respectivos, sobre todo para conversación. Cada año el instituto realiza intercambios con centros extranjeros.

La manera de trabajar del “Sanma” produce resultados óptimos: 239 universitarios, en sólo cinco cursos, que están cursando estudios en lugares tan dispares como Maastricht, el Imperial College de Londres, la Universidad St. Andrews de Escocia, la de Bristol, la de Cambridge, ICADE, ICAI, la Politécnica (donde aprecian a los ex estudiantes del San Mateo hasta el punto de haberles ofrecido colaboración en proyectos de investigación conjuntos) la Complutense o la Autónoma. El balance es elocuente porque muestra que la inversión del dinero de los contribuyentes en su puesta en marcha ha merecido la pena.

Todo arranca del compromiso ético que los alumnos firman y se comprometen a respetar y que conduce a que la convivencia sea fluida y el respeto al prójimo, primordial.

El San Mateo lucha contra su propia etiqueta y, -en ejercicio interclasista- acoge a jóvenes de distintos orígenes sociales y nacionalidades. En el Instituto, hay más alumnos de ciencias que de letras y las actividades extra escolares van desde teatro o el debate filosófico a taller de creación de dispositivos móviles, física moderna, matemáticas para un mundo real y preparación de exámenes de Cambridge, Alianza Francesa y Goethe Institute.

No todos son lumbreras con grandes capacidades, de hecho los que más se benefician del programa son aquellos que, sin ser brillantes, se esfuerzan y tienen voluntad de sacrificio, chicos que en otro centro difícilmente lograrían desarrollar todo su potencial.

Las señas de identidad del Instituto, pasan por su código de valores, al que no es ajeno el impulso de la jefa de estudios, Ana Concha González: la disciplina, el trabajo modesto abnegado y bien hecho, hablar bien en público, dominar idiomas extranjeros, investigar con rigor y seriedad y last but not least: convivencia y respeto entre gente de muy variada extracción social.

Qué lástima que a la Universidad española no le interese lo que hay por debajo y el asedio de quienes detestan la excelencia no dé cuartel a un esfuerzo formidable.

La embestida y el rechazo -por parte de quienes o no entienden o detestan la calidad educativa- dura ya tres años, pero las clases no se han interrumpido ni un solo día.

 

 

 

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