¿España es una pachanga?

24/11/2015

Carmela Díaz.

Carmela Díaz

Carmela Díaz

Todos a uno, como sus legendarios mosqueteros. Francia derrocha unidad y entona con garra su himno nacional frente al terrorismo más desalmado, sanguinario y atroz. La concorde reacción ante semejante masacre, exhibe ante el mundo a una sociedad sin fisuras, cerrando filas en torno a su gobierno, policía, cuerpos de seguridad y unidades de élite. Y nos muestra a unos representantes de cualquier ideología y color, que lejos de buscar el rédito político, dan una lección de amor a la patria y sentido de Estado.

Entretanto sobre suelo ibérico departimos sin tregua -¡qué cansinos somos!- acerca de si España es una pachanga, un patio de vecinos, una alianza interestelar, una nación única, un collage de nacioncitas variopintas, una república galáctica o una entelequia capitaneada por unicornios rosas. Sin obviar otros temáticas tan sesudas como que si celebrar la Hispanidad supone una apología del genocidio, que si respetar los símbolos institucionales demuestra un fascismo recalcitrante (excepto cuando nuestras selecciones se proclaman campeonísimas: entonces es molón y hasta obligatorio sacar a pasear la rojigualda), que si pitar el himno es libertad de expresión, que si los nacionalismos provincianos y limítrofes son legítimos pero el nacionalismo español conlleva implícito un facherío trasnochado, que si resulta fascistoide todo aquello que cuestiona ciertos idearios, que si federalismo, entidades e identidades y la madre que nos parió.

Mientras el país vecino condena con firmeza una masacre, demoniza a los terroristas y homenajea con honor a sus muertos, algunos de sus vecinos sureños ponen en entredicho el modelo occidental enmascarando bajo una ficticia túnica de xenofobia, discurso del odio e intolerancia lo que no deja de ser una protección y defensa de nuestro modo de vida. Algunos iluminados justifican a los que abominan nuestra cultura y costumbres, a los que pretenden aniquilarnos sin contemplaciones.

Estamos hasta los fondillos de descerebrados: no cabe un tonto más, que diría Pérez-Reverte cuando se viene arriba. Y hasta la peineta de la supuesta hegemonía moral (autoproclamada) de cierta izquierda. De disparatadas invenciones progres. De las proclamas apadrinadas por pseudo-intelectuales subvencionados. De los que para para seguir viviendo del cuento de los presupuestos generales sin dar palo al agua, jalean a vagos, vitorean a maleantes y hasta aborrecen de boquilla el modelo democrático y de convivencia occidental mientras se benefician de sus privilegios. Y hasta la entrepierna de la hipocresía social que tergiversa las verdades políticamente incorrectas. Los figuras que aplauden sistemas que restringen derechos y libertades fundamentales, que secundan extremismos, que admiran a las sociedades que desprecian la vida humana, que pasan de perfil ante el exterminio de sus semejantes, deberían partir hacia donde se practican tales salvajadas. Supondría un loable ejercicio de coherencia con sus principios y valores. La multiculturalidad enriquece pero carece de sentido si no existe integración en los países de destino.

Y hasta el moño de aquellos taimados que con pasividad y displicencia han permitido estas situaciones grotescas: la nefasta casta política -sí, casta- que nos ha toreado en las últimas décadas. Porque un alto porcentaje de responsabilidad por la proliferación de alelados que confunden transigencia con impunidad parte de un sistema educativo que abochorna, embrutece, adoctrina, confunde y manipula realidades en función de los intereses de siglas y gobiernos. Urge construir en España un pilar educacional que además de una sólida base cultural, científica, histórica y humanística imparta respeto a los símbolos nacionales, a la historia común, a la tierra que nos vio nacer y ensalce la sociedad de derechos y obligaciones que nos ampara y hace libres.

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