La herencia de David Álvarez

30/11/2015

Carmen Duerto.

David Álvarez y su mujer Maite

David Álvarez y su mujer Maite

“Hice siempre lo que mi conciencia me dictó”, me afirmaba hace un año, David Álvarez y serviría como epitafio. Con las banderas a media asta, desde el 27 y durante tres días, hubo luto oficial en el pequeño pueblo leonés de Crémenes. El viernes pasado a la una de la tarde, se celebraba la misa funeral en la única iglesia, la de San Pedro Advincula, en el pueblo natal del empresario. Después, y como es la costumbre, los aproximadamente 100 vecinos, más los directivos desplazados desde distintos puntos de España, viuda, hijos y familiares, acompañaban en procesión al féretro hasta el cementerio, donde era enterrado el creador del Grupo Eulen en el panteón familiar, junto a sus padres; Emilio y Eladia y a sus dos esposas anteriores; María Vicenta Mezquiriz, madre de sus siete hijos que murió en 1985 y Teresa Vidaurrázaga fallecida en 1999, con la que no tuvo hijos y ejerció de secretaría años antes de contraer matrimonio con David Álvarez. Un hombre que hace un año afirmaba a La Razón: “el triunfo lo llevo yo por dentro porque duermo muy bien. Mi mujer dice que tardo cinco minutos en dormir y me tienen que despertar”. El jueves cerraba los ojos y ya no los volvería a abrir.

Cuando hace un año el empresario leonés me concedía una de sus escasas entrevistas, me sorprendía entrar en su despacho y ver un retrato de sus siete hijos encima de su mesa, dada la mala relación con cinco de ellos, una antigua televisión de cuando el plasma era ciencia ficción “soy austero completamente” y una foto de su pueblo leonés, llamado Crémenes. Después de dos horas largas de conversación, terminaba con un ruego; “después de tantas cosas como le he contado. Le ruego que tenga conmigo una cierta caridad”. Puede que esta crónica la escriba con cierto Síndrome de Estocolmo, más que con caridad, pero sí es seguro que la redacto como un reconocimiento a la grandísima generación de hombres y mujeres que se dejaron la piel por sacar a este país adelante y que vamos perdiendo.

Una generación, la de los Pascual, Fernández García, José Luis el tabernero o el propio Álvarez, gente emprendedora que no eran ricos herederos, sino humilde que con una mano delante y otra detrás, comenzaron lustrando zapatos, vendiendo galletas en los trenes, inventando la congelación del pescado en alta mar o dando clases, con una obsesión; darles a sus hijos lo que ellos no habían tenido. “Usted no piense que soy un prototipo. Soy un hombre normal con todos los defectos y como tengo que pagar las nóminas de 82.000 familias todos los meses, sigo al frente de la empresa porque no tengo necesidad de jubilarme. La necesidad no es mía es de otros que necesitan que yo esté aquí porque soy el creador de todo esto y la gente en quien confía es en mi. Saben que si estoy cogiendo la manfera del arao, el arao irá por el camino que yo quiera. Los padres están hasta que se mueren, no se jubilan nunca, los jubilan los hijos”. Una herencia que era la cultura del esfuerzo y si eras espabilado podías acogerte a las becas para estudiar “mi padre ganaba 300 pesetas y éramos cinco hijos, yo tenía 17 años y no podía pagarme los estudios de ingeniero de telecomunicaciones en Madrid porque la beca del Estado nunca llegaba a tiempo, así que no pude seguir estudiando. La necesidad es buena escuela. Con 18 años regresé a Bilbao y con 19, ya tenía una academia que se llamaba Minerva, diosa de la sabiduría que llegó a tener 1000 alumnos”. A Minerva se la representa con un búho, que es la imagen de Eulen, el grupo que funda y que llevaban él y su hija María José, junto a Enebro, en el que se agrupan los hijos disidentes, Pablo, Juan Carlos, Emilio, Elvira y Marta, que apenas tiene una docena de empleados y curiosamente ambas sedes comparten espacio en la calle Gobelas de Madrid. Desde luego David Álvarez era un hombre hecho a sí mismo que las cogía al vuelo “compré las bodegas porque el nombre de Vega Sicilia vendía lo que yo quisiera. La Casa francesa Dior nos pidió el color Vega Sicilia en exclusiva para hacer prendas y no se lo dimos”.

Lamentablemente, parte de su historia se ve empañada por el conflicto familiar que arrastraba desde 2009, a raíz de su tercera boda con la mujer que ejercía de secretaria en su despacho, Maite Esquisabel, 25 años más joven, con la que se casó en régimen de separación de bienes y que ha sido marquesa de Crémenes un año y medio en común. “Ella será marquesa mientras viva y sea viuda, si se vuelve a casar lo perderá” nos aclaraba David Álvarez.

Un marquesado vitalicio concedido al empresario pocas semanas antes de abdicar el rey Juan Carlos. Maite fue la primera en enterarse “lo primero que hice fue decirle a mi mujer que era marquesa y no reaccionamos, ni saltamos, ni abrimos botellas de champagne. Mi madre seguro que hubiese llorado dos días enteros, pero no de alegría, me hubiese dicho; “David, que nosotros no somos de eso, ten cuidado, que eso te traerá disgustos”.

 

Llega el conflicto

Cuando David Álvarez, a sus ochenta años, decide ir retirándose para disfrutar con su tercera mujer, Maite, de unas vacaciones que hacía 50 años que no tomaba, comenzaron los problemas con cinco de sus siete hijos. Al parecer al patriarca no le gustaba cómo llevaban las empresas y decidió retomar el control. Se encontró que cinco, Pablo, Juan Carlos, Emilio, Elvira y Marta, le plantaron cara. “Yo tengo un problema familiar de varios de mis hijos que están fuera de mi jurisdicción porque han querido andar solos y sin mi autorización” nos decía en mayo de 2014. Es el motivo por el que seguramente el rey Juan Carlos le concedió el título de Marqués de Crémenes de forma vitalicia “considero que Su Majestad ha entendido que tengo los méritos profesionales y humanos para nombrarme marqués y como lo entiendo así, así lo admito y lo agradezco, pero mi mayor título ha sido ser hijo de mis padres y ser leonés”. Curiosamente ejercía de leonés a pesar de haber salido con tres años de su pueblo y haberse criado en Bilbao, donde tenía a su sastre y el carné número 126 del Atleti de Bilbao. Hace un año ironizaba; “hoy sería el dos porque los otros se han muerto. No voy al fútbol y tengo dos palcos, uno en el Madrid y otro en el Atlético, pero van los invitados. Las muchedumbres me asustan. He sido valiente para muchas cosas de la vida, pero meterme entre mucha gente me descentra”. Quizás el dolor que a un hombre le producía la “disidencia” de cinco hijos pudiera haber agravado sus dolencias porque de lo que estaba orgulloso, además de lo que había conseguido con su trabajo, era de sus padres y de su lealtad hacia ellos; “Estoy orgulloso de mis padres, Emilio y Eladia, sobretodo de mi madre que tenía destellos de ser santa. He visto a mi madre en esa época del hambre, viviendo en Bilbao, cómo salía a la puerta de mi casa con un plato de comida para dárselo al pobre que llamaba y estoy seguro que muchas veces les dio lo de ella. Ahí se forja el espíritu de sacrificio, la cautela y la austeridad. Jamás la vi discutir y así murió. El reconocimiento como marqués es para ellos porque soy el producto de mis padres. Ellos son los que me han traído hasta aquí, junto a muchos hombres leales que han estado y están conmigo”. A alguno de esos hombres leales le tocará lidiar ahora con la herencia personal de David Álvarez. Un testamento que se abrirá en unos quince días y en el que, es posible que a los cinco hijos díscolos tengan que conformarse con la legítima y aceptar que sea su mano derecha, confidente y sucesora, su tercera hija María José, la mayor beneficiaria del enorme patrimonio paterno, al haber estado siempre incondicionalmente a su lado; “ella es mi mano derecha” afirmaba hace un año y también, su viuda, Maite. Un patrimonio que incluye obras de arte y libros incunables, una finca en El Escorial, un molino y distintas propiedades en Crémenes, una mansión en la urbanización La Florida o una carpeta de acciones importante. Desde ayer viernes, descansa junto a sus padres y a sus dos esposas anteriores, en el cementerio de Crémenes en ese pueblo leonés de 120 habitantes, bañado por el río Dueñas.

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