Jugando a las investiduras

09/03/2016

Carmela Díaz.

invesFracaso de las izquierdas y de las derechas. Ridículo atroz de la nueva y la vieja política. Profunda decepción -una vez más- ante la inutilidad de la casta para anteponer el interés común. Rabia ante su incapacidad de dialogar, negociar y hacer concesiones, tal y como el electorado ha reivindicado en las urnas. Ego inflado de Pedro Sánchez. Inamovilidad épica de Mariano Rajoy. Soberbia colosal de Pablo Iglesias. Un querer y no poder de Albert Rivera. Los que juegan a investirse como si se retasen al Monopoly, nos empujan a repetir elecciones. Y a asumir el gasto de más de cien millones de euros que conlleva semejante fiasco. Entretanto los españoles seguimos produciendo para sacar adelante el país y sufragar las prebendas de esos cargos electos que mantienen paralizadas las instituciones.

Además de una pérdida de tiempo, si algo ha conseguido la fallida investidura de Pedro -131 votos positivos y 219 negativos suponen un castañazo incuestionable- es poner en marcha la cuenta atrás del reloj electoral. Y una reafirmación personal: el candidato a Presidente perdió una investidura, pero puede haber ganado un partido. Sánchez ha utilizado la bufonada para afianzarse como líder del PSOE. La tribuna de oradores del Parlamento ejerció como eficaz sustitutivo de un congreso socialistas. Pedro Sánchez se ha librado hábilmente de la quema dentro de su formación, lo cual tiene mérito: consolidarse como líder del PSOE tras el peor resultado de su historia es toda una proeza. Casi una heroicidad teniendo en cuenta la sucesión de batacazos electorales -municipales, autonómicas y generales- en tan solo año y medio.

La celebración del pleno de investidura era la condición indispensable para que comenzara el plazo de dos meses que marca la Carta Magna antes de la convocatoria de nuevas elecciones. Si el 2 de mayo ningún candidato ha logrado obtener el apoyo de la mayoría simple del Congreso, España repetirá unas elecciones que ya tienen fecha fijada: los comicios tendrían lugar el domingo 26 de junio.

¿Pero nadie cayó en la cuenta de que si se repite la llamada a urnas sería posible obtener unos resultados muy similares que sigan imposibilitando la formación de un Gobierno estable? El panorama político sería prácticamente el mismo: no existen razones de peso para propiciar que una masa importante de votantes cambie de opción. Y más cuando ninguna formación se ha desgastado electoralmente ni llevará a cabo cambios programáticos sustanciales. Podríamos caer en un bucle de desgobierno sin contar con medidas que articulen un procedimiento efectivo para solventar el embrollo.

Ahora todos debatimos sesudamente sobre lo que debería hacer nuestro Jefe de Estado, obviando una cuestión capital: sería conveniente plantearse qué iniciativas debería acometer el poder legislativo para que no volvamos a incurrir en otro vacío de poder: la opción de implantar en España una segunda vuelta entre los dos partidos más votados gana adeptos.

Mientras tanto, las quinielas populares se suceden. Muchos abogan por una retirada inmediata de Rajoy que supuestamente propiciaría que PSOE y Ciudadanos aceptasen a un candidato renovado del PP. Otros tantos murmuran por los mentideros que tras la apatía de Rajoy y el descalabro de Sánchez llegó el turno de Rivera. Y los más osados se atreven a sugerir un consenso a tres bandas para designar a un Presidente independiente que liderase una breve legislatura, durante la cual se aprobasen las reformas que los españoles demandan. Demasiado utópico para un país sin educación ni cultura democrática como el nuestro.

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Carmela Díaz

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