“Pitágoras con botas”

27/03/2016

Luis Sánchez-Merlo.

Por su habilidad para ver en el campo espacios abiertos y ángulos favorables, así le etiquetó el periodista inglés, David Miller, en su libro Brilliant Orange, comparando su juego con la perfección y al equipo con un cuadro de Vermeer.

cruiffEn la despedida de Cruyff, se agotan los calificativos para acomodarle en el Olimpo, y este de Miller sirve para retratar al mejor intérprete del ‘fútbol total’ que ha existido en la historia del balompié, un revolucionario del balón que se auto reconocía como líder, muy por encima del resto de componentes del equipo, entrenadores incluidos.

Leyenda de una generación, admirador de George Best y con ese aire Beatle inconfundible, había nacido en Amsterdam en el seno de una familia obrera, tenía un toque arrogante y representaba a la perfección el papel de líder de equipo. Aunque prefería la belleza a la eficacia, se inclinaba por ambas ya que para Cruyff, calidad sin resultados era ‘inútil’ y resultados sin calidad, ‘aburrido’. Su forma de moverse en el campo, con esa aparente insolencia, ‘citando’ a los rivales, resultaba enervante para estos y los paralizaba, mientras a los espectadores ese garbo descarado los fascinaba.

Siempre tuvo la lengua ácida y dejó un rastro de sinsabores como jugador y entrenador. Discutía por todo, ya se tratase de dinero, patrocinios, tácticas o control. Varias veces se fue del Ajax dando un portazo y ahora interesa olvidar que le echaron del Barca en 1996, aunque Laporta lo reconcilió más tarde, nombrándolo presidente de honor. Cuando Sandro Rosell se alzó con la presidencia, se volvió a armar la tremolina, porque este consideró que la distinción tenia que haber pasado por la asamblea del Club. Entonces, Cruyff se molestó, devolvió la medalla y vuelta a empezar…

Nunca abandonó la beligerancia cuando se trataba de dinero. La federación holandesa había firmado un acuerdo con Adidas para el Mundial y Cruyff tenía un contrato con Puma. El díscolo holandés se negó a vestir el uniforme oficial de la selección, argumentando que hacerlo le supondría un conflicto. Para evitar el lío, le permitieron jugar con una camiseta que tenía solamente dos rayas en las mangas, en lugar de las tres de Adidas.

Con 32 años, volvió a jugar al fútbol, tras conseguir un contrato millonario con Los Ángeles Aztecas. Dijo que lo hacía por amor al deporte aunque la realidad es que había perdido dinero en malas inversiones y vio en el goloso contrato la posibilidad de volver por la puerta grande. Los percances inversores los había tenido con empresarios catalanes del sector porcino, lo que sin duda le abrió los ojos para no volverse a meter en negocios que desconocía.

Se ha querido explicar ese apetito por el dinero por la pobreza que conoció en su infancia. El caso es que no olvidó nunca sus orígenes y se dedicó a sembrar Holanda de campos de fútbol, en zonas urbanas deprimidas, promoviendo el deporte para niños, a través de su Fundación.

Tuvo la suerte de contar con un suegro que le dio buenos consejos y le enseñó a discutir con la gentuza ambiental que creía que los jugadores eran esclavos de un salario, lo que les convertía en pieza fácil para usar y tirar.

Cruyff era, como buen holandés, un ciudadano del mundo que, cuando llegó a Barcelona, quiso entroncarse con la cultura catalana, inscribiendo a sus hijos en la escuela Garbí, creada con un ideario catalanista por Pere Vergés, a raíz de la disposición del alcalde de Barcelona, José María de Porcioles, de traspasar el control de las escuelas municipales al gobierno franquista. Decisiones de este tipo y una conducta inteligente le fueron engarzando a él y a su familia con el entorno, que le adoptó y terminó venerando.

Pero la marea secesionista ha madrugado para capitalizar su figura, hacerlo suyo y, por si esto fuera poco, convertirlo en heraldo de la ‘Catalunya Gran’. Nada menos que el presidente de la Generalitat ha llegado a escribir que la aportación de Cruyff “va mucho más allá del fútbol, porque su personalidad se ha convertido en un referente de país, por encima de diferencias de colores o de afinidades deportivas”. Más adelante, se viene arriba y concluye: “el ejemplo de Cruyff sirve para dejar en evidencia a los que no quieren que nada cambie, los que dicen que no hay nada que hacer, aquellos que todavía hacen suyo el lema ‘ir tirando’. Y el andoba se queda tan ancho.

La familia del genio holandés que, con buen gusto, ha querido dar un tono íntimo al luto, debería enviarle un tweet pidiéndole que contenga sus ansias y respete a todos cuantos han disfrutado de este Pitágoras con botas, tan nuestro. Un referente mundial del fútbol del que nadie debería apropiarse y menos políticamente… porque su única política era la eficacia y la belleza de un estilo de fútbol que rompió moldes.

Ahí arriba, le estarán esperando sus ídolos, Best, con un paquete de Marlboro, y Di Stefano, con la sonrisa y un balón listo para jugar, por encima de la rivalidad de haber sido dos leyendas del Madrid y el Barca.

 

 

 

 

 

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