Colaborar o competir; that is the questión!

29/04/2016

Teodoro Millán.

monedasMario Draghi ha cantado la gallina. Desde el 15 de Julio del 2008, en que la cotización del euro marcó un máximo histórico de 1,599€/$, no ha habido nada más revelador de la situación interna de la UEM que las declaraciones del gobernador del BCE la semana pasada. La fortaleza del euro se tomó en 2008 por evidencia de que la UE era una economía más saneada y con mayor peso que la de EEUU, algo cierto y que aún no acaba de calar. Y ahora, Draghi ha mostrado públicamente lo que se ha denunciado en varias ocasiones en prensa y artículos académicos: que existe un serio problema de coordinación de política monetaria en la UEM. Un problema irresoluble sin una mayor integración fiscal y que ha sido el responsable de que la intervención política europea no haya tenido durante la crisis el vigor y la eficacia de la americana.

En contra de la creencia general, el distintivo de la posmodernidad no es tanto el relativismo como la autoreflexividad, que es fuente de paradojas y en virtud de la cual, en este caso, estar dentro del euro es sumarse a la luchas por la política del BCE, mientras que permanecer fuera abre la oportunidad a colaborar desde una posición de independencia y soberanía nacional. Así lo entendió Inglaterra al preservar su divisa. Se compite estando dentro con el riesgo de perder, quedando sometido a los intereses de terceros, mientras que desde fuera se puede optar por colaborar en un grado a decidir.

Quizás el mayor daño que el Brexit pueda infligir al proyecto europeo ya ha tenido lugar. Un daño por omisión, ya que al no haber formado Inglaterra parte del euro en un período en que la elección de políticas económicas ha sido determinante para la recuperación económica, su opinión no ha podido contribuir a alinear estas con las que ella misma ha adoptado desde fuera. Su independencia monetaria le ha permitido aplicar una política doméstica menos restrictiva que la continental, beneficiándose de una salida más rápida y menos costosa de la crisis. al igual que su ausencia de Schengen le ha librado de aceptar criterios externos sobre la política de refugiados. Mientras, la zona euro optaba por una vía fallida que ha habido que rectificar, tarde y tras altos costes sociales, para sumarse al modelo de la Fed americana. Una experiencia que ha dejando el proyecto de unificación cuestionado y que ha minorado su aceptación popular, algo que se empieza a comprender.

Y ahora Draghi ha denunciado las presiones e interferencias de Alemania en el seno del BCE. Y lo ha hecho añadiendo una crítica al señalar las carencias de la políticas fiscales de la eurozona. De hecho, no se sabe qué resulta más fuerte, si su denuncia del intervencionismo político o la del absentismo económico. Ambos son cargas de profundidad contra el proyecto de unificación en un momento de creciente desunión, tanto por las confrontaciones alrededor de la política de inmigración y la ausencia de una política común de defensa (capaz de respaldar las propuestas francesas de intervención en Siria) como por el cuestionamiento que representa el referéndum inglés. Una consulta que puede convertirse en ejemplo y provocar la retirada de otros miembros, algo posible si Inglaterra abandona la UE.

Dos conclusiones; que un economista, Ph. D. por el MIT y ex socio de Goldman Sacks, mantenga su criterio de independencia y posea la visión de transcendencia económica que ha demostrado Draghi, apunta a que en la UE puede estar llegando la hora de los economistas tras la de los políticos. Y la segunda; que es necesario que estos entiendan, definitivamente, que el correcto funcionamiento del modelo del euro exige algo más que la imposición de políticas monolíticas. Exige alinear intereses. Basta mirar al sistema americano para confirmar que la integración fiscal es necesaria para compensar las externalidades negativas que la imposición de políticas unificadas puedan generar. Externalidades como la imposibilidad del recurso a la política monetaria y cambiaria para aliviar la generacion de desempleo en ciertos países. Lo que ahora señala Draghi junto con la observación de que las criticas a la actuación del BCE pueden debilitar el efecto de su política, es que la eficacia de la misma depende del acompañamiento de inversión y gasto público. Esto es, lo que pide es colaboración en lugar de competencia.

Y un corolario nacional; mejor una vez rojo que ciento colorado. Es hora de definir cuál sea la política económica que requiere la situación española y defenderla con criterio independiente donde corresponda, sin limitarnos a aceptar la que se nos imponga. El ejemplo de Draghi es, en este sentido, esperanzador. La pregunta final; ¿por qué no se le respalda desde los países beneficiarios de su valiente posición?

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