Un muchacho autista, un terapeuta negro y un policía blanco

22/07/2016

Joaquín Pérez Azaústre.

Puede parecer el comienzo de un chiste, esa letanía referencial de perfiles soltados en el vientre abatido de la coctelera, mezclados y no agitados: un muchacho autista, su terapeuta negro y un policía blanco se encuentran en un paseo de North Miami. Charles Kinsey, el terapeuta negro, busca a su paciente, que ha escapado de su grupo de trabajo. Lleva en la mano su camión de juguete. A Charles le preocupa que el muchacho pase solo demasiado tiempo, desubicado en mitad del bulevar, mientras la gente pasa patinando junto a él, come helados y corre con los auriculares puestos, porque todo son centelleos para su percepción, raudos y veloces, una arteria abierta al descontrol de la propia emoción; y por eso lo busca, después de haber dejado a sus demás pacientes con uno de sus compañeros. En esto que alguien ha debido de ver al muchacho de lejos, vagando desorientado por una acera, junto a un puesto de periódicos, con su inocente camión de juguete en la mano; pero claro, lo ha visto de lejos, y como le ha parecido sospechoso, rápidamente ha llamado a la policía para decir que un hombre armado, eso mismo, armado, se pasea por las calles de North Miami en una actitud, digamos, más que preocupante, y la policía para allá que manda la patrulla.

En esto que Charles Kinsey encuentra a su paciente al mismo tiempo que la policía. Kinsey rápidamente les grita que sus armas “no son necesarias”, tal y como puede verse en un vídeo; además, como ha declarado, los policías podían apreciar claramente, desde donde estaban, que lo que el muchacho portaba no era una pistola, sino un camión de juguete. Se ve que Charles Kinsey conoce bien los modos policiales y, temiendo que dispararan sobre el chico, plácidamente sentado sobre el pavimento jugando con su camión, se sienta a su lado, mostrando a los policías que no hay peligro.

La situación dura varios minutos, hasta que uno de los policías llega a la inteligente conclusión que aquello ya está durando mucho, así que dispara al terapeuta: “Estaba tumbado en la acera, desarmado, y cuando él me disparó, me sorprendí”, ha contado luego el propio Kinsey. “Fue como si un mosquito me picara. Tenía las manos en alto implorando que no me disparase. Pero aun así lo hizo”. Cuando luego le pregunta al agente de policía por qué le ha disparado, sabiendo que el muchacho sólo está jugando con su camión, que lo han podido ver, y que él sólo ha tratado de ayudarle a regresar, para sí disolver una situación absurda, el policía sólo le contesta: “No lo sé”.

Pero el asunto no acaba ahí: después de descerrajarle un balazo en la pierna, lo reducen –si es que era posible reducirlo más-, lo voltean contra el suelo, con la cara en el cemento, y le colocan las esposas, mientras espera 20 minutos a no morir desangrado, mientras espera que llegue la ambulancia. Pero claro, Charles Kinsey, además de terapeuta, especializado en niños con enfermedades mentales, y de ciudadano ejemplar, es un negro, que estaba junto a un muchacho autista sospechoso, sí, de portar un arma de destrucción masiva dentro de su camión de juguete. Y con eso, en una situación crítica, en EEUU, ya tienes media muerte asegurada. Me imagino que la persona de la llamada se habrá quedado tranquila: un terapeuta menos. Y ahora, a acumular muestras de indignación, como esta, otra vez. En fin, que es otro disparate racista, pero no olvidemos que el racismo, su esencia más feroz, empieza a generarse en la más desoladora estupidez humana.

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