Rajoy e Iglesias ganan sin hacer nada

03/10/2016

Maite Vázquez del Río.

Han pasado dos días y parece que fue ayer. La resaca de la guerra civil socialista tardará tiempo en desaparecer de nuestras retinas. Es lo que siempre ha ocurrido en la izquierda española. Desde siempre, desde que se fundó el PSOE, pero también la UGT, o el PCE o CCOO. La guerra entre hermanos por defender políticas diferentes para alcanzar un mismo objetivo. Y así les fue, les está yendo y les irá. La historia tiene la fatídica manía de repetirse y así pasen los siglos, nadie aprende de ella.

La socialdemocracia europea está de capa caída. Y en España el socilialismo no iba a ser menos. La crisis económica y la crisis de refugiados ha radicalizado a todos los europeos. Que nadie piense que todo lo que está sucediendo estos últimos años pasará y que las aguas volverán a su cauce. Se equivocará quien crea en ello. Aunque también es cierto que hay que realizar alguna apuesta por ir cambiando el rumbo de lo que hemos ido heredando del pasado siglo, aunque nuestra democracia en Europa sea de las más jóvenes. Las nuevas ideas siempre son buenas cuando no se radicalizan; y los cambios bruscos nunca son entendidos. Cambiar hay que cambiar muchas cosas…

Pero vuelvo al PSOE. Pedro Sánchez, que ha lidiado con los años más difíciles que ha vivido el socialismo, ya está fuera. Un respiro para Mariano Rajoy, que ya sabe que han sido los críticos a las ideas de Sánchez, a su «no es no», los que le han hecho el trabajo sin mover ni un dedo. ¡Qué suerte la suya! Sin negociar, sin remangarse, sin tener que hacer trueques ni ceder en una sola de sus políticas, se lo ha encontrado todo hecho. Rajoy sabe que si se va a unas terceras elecciones, las ganará de calle y los socialistas cosecharán su más estrepitosa caída. Y si no va, gobernará también.

Pero también Pablo Iglesias. Desde la celebración de las segundas elecciones generales se ha quedado al margen, casi bostezando excepto cuando en algunos círculos autonómicos se le han intentado rebelar o ha tenido alguna rencilla con Íñigo Errejón. (Tal vez en unos años no muy lejanos veamos reproducirse una lucha fraticida similar a la socialista dentro de Podemos). Quiso echar un pulso a Sánchez y erigirse líder de la oposición, pero desde el PSOE le pusieron en su sitio. Así que se dedicó a esperar, aunque lo que no se podía imaginar es que le sirvieran en bandeja de plata el posible sorpasso. Ahora se explica por qué durante la última campaña electoral se proclamó socialdemócrata, pese a comparar a Venezuela con España.

Como Rajoy tampoco Iglesias ha hecho nada en los meses transcurridos desde el 26-J. Asistir a los plenos, a las comisiones, atemperar con las mareas, intentar avanzar puestos en el País Vasco y Galicia, y cobrar a final de mes. Eso es todo. Bueno también hablar oficiosamente con Sánchez para preparar una alternativa que ni él mismo se cree. Pero esa es otra historia que no ha podido ser.

Y como al perro flaco todo son pulgas, ahora Iglesias arremete contra el PSOE amenazando con romper los pactos alcanzados con los socialistas para gobernar en algunos comunidades y ayuntamientos. ¿Qué tendrá que ver el día a día de los ciudadanos con sus políticas de alto Estado? Simplemente pretende buscar que haya nuevas elecciones y ¡zas! ocupar el puesto de los socialistas, en plena guerra fraticida. Vamos táctica y estrategia contra el enemigo, pero ni una propuesta en favor de los ciudadanos, que antes está ocupar puestos y adelantar al PSOE.

Porque si llegan unas terceras elecciones que Iglesias no se equivoque, por mucho líder de la oposición que logre llegar a ser, los españoles seguiremos con los recortes y todo lo que nos pidan los hombres de negro, que estos días están por España, y lo que se le antoje a Angela Merkel. Las encuestas dicen que el PP aumentará en escaños, lo suficiente como que para junto con Ciudadanos se ponga a gobernar y reducir el déficit a costa de nuestras espaldas. Iglesias podrá cacarear, retorcerse en la tribuna de oradores del Congreso, pero las leyes saldrán adelante con la excusa de que no nos multen.

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