La invasión de los tóxicos enmascarados

13/10/2016

Carmela Díaz.

Los españoles batallamos contra estos figuras que mariposean por la realidad contemporánea, pero parecen recién extraídos de un atroz panfleto de terror. Esos agonías que se multiplican por el panorama patrio con el único propósito de maldecir, quejarse, insultar y emponzoñar por devoción. Y por afición. Esos pelmas dañinos incapaces de aportar, construir ni proponer soluciones. Esos salvapatrias postizos que vomitan bazofia contra la sociedad que los ampara y contra cualquier mortal que osa cuestionar su credo ideológico.

Carmela Díaz

Carmela Díaz

Los españoles votamos, celebramos, creemos, sentimos, opinamos y conmemoramos lo que nos sale de la peineta, cuando nos place y por los motivos que consideramos oportunos. Y nos inflama que cualquier zascandil con la sensatez refrigerada se atreva a darnos lecciones de historia, de moral, de ética y hasta de postureo mientras menosprecia lo que somos, hemos sido y seremos. Los irritantes individuos que se escudan mayoritariamente en el anonimato cibernético ¿no se han percatado de la incoherencia que rezuman? Enarbolan sin complejos la intolerancia que tanto censuran para imponer sus desvaríos y hasta sus disparates. Interpretan variopintas performances en cualquier escaparate colectivo, pero con idéntica escenografía: tocada de bemoles para caldear el ambiente. Estas hordas de mentalidad aldeana, atolondradas, descerebradas, manipuladoras e indocumentadas, escupen falacias y exprimen su sectarismo para destruir, enfrentar y desunir. Sus actitudes pueriles, reacciones extravagantes y argumentos arcaicos evidencian su analfabetismo cultural y su oquedad intelectual. Estas flamantes hornadas de ninis que cuestionan lo establecido, no son más que clanes orquestados de frescales que chupan de nuestros impuestos para alborotar, confundir y sembrar la destrucción moral.  Son engendros paridos por la utopía bolchevique, alimentados por el botellón y amaestrados para boicotear el desarrollo de todo lo aconsejable.

Estos doctos profesionales del holgazaneo, en lugar de impulsar la convivencia óptima entre los diversos pareceres y sensibilidades que integran la sociedad, se dedican a malmeter y azuzar para avivar confrontaciones inexistentes.  Estos caraduras incapaces de convivir sin agraviar, denostar y ofender creen dominar la cuna de la sabiduría mediante el fatuo conocimiento que otorga un efímero hastag. Aspiran a dar lecciones, ilustrar, adoctrinar e instruir por el auto convencimiento que les otorga una presunta superioridad moral que solo se halla en su paranoia existencial. Deberían asumir que ellos mismos se encuentran a años luz del nivel de perfección que exigen para el resto.

Si tanto detestan lo que les rodea que se alejen de lo que les angustia y tortura. Pero resulta perturbador e incómodo dejar de subsistir de la provocación, la agitación, el esperpento y la subvención. Porque ganarse la vida con esfuerzo y dignidad requiere ardua formación, compromiso, superación, competitividad y talento. Pero tratándose de excelencia estos predadores de lo nocivo no tienen ni pajolera idea. Ni la tendrán.

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