‘La partida’: Cuando pintan bastos

02/12/2016

Luis M. del Amo. El catalán Sanz Cabrera presenta de nuevo en Madrid, siete años después, su primera comedia.

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‘La partida’, del director y autor teatral Óscar Sanz Cabrera, ha vuelto a la cartelera madrileña. Siete años después de su estreno absoluto y apenas unos meses después de su vuelta el pasado verano al madrileño Teatro Lara, la comedia del autor catalán se ha hecho un hueco en el Teatro Fígaro, hasta el 12 de enero, los miércoles y los jueves a las 10 de la noche.

Producida por Smedia, la obra no parece encontrar su público. Dos problemas fundamentales lastran el proyecto. Por un lado los actores no se escuchan. Y por otro la dirección no acaba de encontrar un toque que armonice el conjunto. Además la falta de público no hace sino agravar ambos problemas.

Argumentalmente la comedia se inscribe en el género de las obras del paso a la madurez. Tres amigos que se conocen desde antiguo no aciertan a engranar su relación en el difícil momento en que las cosas se tuercen. Amores y desamores, traiciones y las renuncias de la vida profesional son los ingredientes que se agitan en este texto, que supuso el debut de Sanz Cabrera como escritor de comedias.

Según cuentan las crónicas, la obra fue un éxito desde su estreno en Madrid y Barcelona. Y no es de extrañar. El texto, si no genial, sí tiene la receta para conseguir pasar un rato agradable. Con apenas 75 minutos de duración, y mediante el dibujo de tres arquetipos humanos – el sensible y neurasténico artista, el embrutecido trabajador manual y el codicioso comercial inmobiliario – el libreto contiene posibilidades de hacer diana. Aunque no a cualquier precio.

Con líneas de acción apenas sugeridas, el texto reclama para si un montaje de ajustadísimo ritmo. Algo que solo puede ofrecer un plantel de actores plenamente conectados. Ensimismados, atentos solo a su interior, actuando por separado, el fracaso está asegurado.

Solo la escucha puede ofrecer a los intérpretes el ritmo adecuado, los momentos de pausa, el ‘stacatto’ de la comedia. Quizás por ello el dibujo de los personajes queda también demasiado borroso. Y es que no sabemos a qué carta quedarnos. Entre el histrión y el naturalismo, las composiciones de los actores mezclan mal. Y en todas falta atención al compañero.

Para acabar de agravar la situación, la falta de público tampoco ayuda. Los actores pierden la respiración del público. Y se malogra así la ocasión de deleitarnos con esta meritoria comedia. Y de imaginar cabalmente el destino de estos tres amigos cuando pintan bastos.

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