El susurro de los dioses

12/01/2017

Joaquín Pérez Azaústre.

Quizá los ideales, cuando existen, son apenas un risco en la vida de un hombre. Una mole de piedra asentada en sí misma, que con los años va languideciendo, que se va adelgazando a cada golpe nuevo de viento y arenisca. Podemos imaginar esa pequeña cima en una juventud, segura y orgullosa, henchida y musculada de piedra y de raíces. Después, quizá sólo unos cuantos temporales más tarde, cuando el roce continuo de la lluvia y ese azote gris de la ventisca van erosionando sus flancos lentamente, ese mismo montículo se afirma en su propia verdad, pero ya sabe bien que no es eterna. A partir de ese momento, cuando la erosión natural de la vida comienza a enflaquecerla, pero todavía persevera, aún mantiene su pulso para permanecer, es cuando la cima adquiere la conciencia de su propia fragilidad, y sabe que en cualquier momento podría derrumbarse; quizá no ahora mismo, ni siquiera después del próximo vendaval, o de un nuevo tornado, utilizando imágenes del poeta Pere Gimferrer, pero sí más adelante, porque ahora sabe bien que el derrumbe es posible, que ningún idealismo es imbatible.

Esto mismo le ocurre al militar Lucio Flavio Silva, protagonista de El susurro de los dioses, la novela de Rafael Cañadilla, y aquí mismo radica su conflicto interior: en cómo ir resistiendo la embestida de todos estos vientos horadantes, los de un mundo complejo, sobre todo en su ascenso hacia la cúpula, en sus maldades y en su corrupción. Así, Flavio Lucio Josefo dicta sus memorias al final de su vida, un poco al estilo de Sinuhé, el egipcio, de Mika Waltari, al acabar el asedio de seis meses de la fortaleza de Herodes en Judea. Así recordará su instrucción militar, su origen aristocrático y la firme creencia de que el hombre debe ser quien rija su propio destino, en detrimento de la idea de la fortuna, y del poder divino, tan asentada en Roma. Sin embargo, la crueldad de la política imperial en Judea -en ese mismo momento histórico que trajo a la luz del tiempo la figura de Jesús de Galilea, con quien se encontrará Lucio Flavio Silva-, irá mermando lentamente la inicial pureza de sus ideales humanistas: es el conflicto con el que irá enfrentando el personaje a través de su propia biografía, en estas páginas intensas con vocación histórica y pulso novelístico, entre la justicia y la piedad.

Más adelante, incluso, se encontrará con Séneca, a quien tendrá ocasión de proteger. Flavio Lucio Silva es uno de esos personajes carismáticos que, como el propio Sinuhé, acude como un testigo atento, inteligente, al cambio de una edad del hombre por otra diferente: la vieja Roma caerá, y también su coraje, en esa nueva fe del cristianismo, más en consonancia con los propios valores de generosidad y piedad que conservará, y ejercerá, Flavio Lucio Silva. A través de esta historia fascinante sobre la terminación de una era, y el nacimiento de otra, su amigo el historiador Flavio Josefo observará, y escribirá después para nosotros, mientras idealismo y su fe en el hombre se mantiene, sustentada en esa mismo risco ya muy apergaminado, anciano casi, pero todavía vivo, a pesar de esos vientos fatigosos que la vida ha lanzado contra él.

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