Meryl Streep contra Donald Trump

12/01/2017

Joaquín Pérez Azaústre.

Amo Hollywood. No lo puedo evitar. Me gustan sus películas, sus directores, sus guionistas. Me gustan sus actores, las historias que cuentan por delante y detrás de sus focos parlantes, con sus voces de luz. Amo el Hollywood clásico, amo su edad de oro, la forma en que fumaban y encadenaban los dry martinis en inviernos lluviosos, su color de artificio. Amo a Errol Flynn, a Humphrey Bogart, a Rita Hayworth y Ava Gardner, con sus retratos de estudio y sus biografías con claroscuros, como amo también a Abraham Polonsky, Dalton Trumbo y Budd Schulberg, los escritores que lo hicieron posible. Amo los relatos, los misterios, hasta amo el cine mudo, con Douglas Fairbanks y Chaplin a su brillante cabeza, y Valentino, Gloria Swanson, La Garbo. Amo también el último gran Hollywood: el de los 70, con Martin Scorsese y Francis Ford Coppola, Al Pacino, Robert Redford y Robert de Niro, y la grandiosa Meryl Streep.

En su discurso de los Globos de Oro, antecedente del Oscar honorífico que recibirá por su carrera, Meryl Streep no habló exactamente contra Donald Trump, sino contra lo que representa: “Gracias, Asociación de la Prensa Extranjera de Hollywood (…). Vosotros y todos los que estáis en esta habitación pertenecéis a uno de los segmentos más vilipendiados de la sociedad americana en la actualidad. Pensad en ello. Hollywood, extranjeros, y la prensa. ¿Pero quiénes somos nosotros? Y, ya sabéis, ¿qué es Hollywood al fin y al cabo? Es simplemente un grupo de gente de otros lugares (…). El único trabajo de un actor es entrar en las vidas de gente que es diferente de nosotros y hacer que vosotros sintáis qué se siente. Ha habido muchas interpretaciones poderosas este año que han hecho exactamente ese trabajo compasivo y que quita el aliento”.

Hasta aquí, la elegancia de Streep se había mantenido en el discurso analítico: Hollywood, como Estados Unidos, es un territorio de inmigrantes, de dura, sí, pero también fértil integración, y ningún mensaje racista puede apagar la fuerza llameante de esa verdad. Pero a continuación, Meryl pasó, de criticar la xenofobia de Trump, a denunciar su burla de un periodista discapacitado: “Pero ha habido una interpretación este año que me ha impactado. Clavó sus garras en mi corazón. No porque fuera buena. No hubo nada bueno en ella. Pero fue efectiva e hizo su trabajo. Hizo que su público objetivo se riera y mostrara sus dientes. Fue ese momento en el que la persona que pedía sentarse en el asiento más respetado de nuestro país imitó a un periodista discapacitado, alguien al que superaba en privilegio, poder y capacidad para responder. Rompió mi corazón cuando lo vi. Todavía no puedo sacármelo de la cabeza porque no era en una película. Era en la vida real. Y ese instinto para humillar, cuando es utilizado por alguien en una plataforma pública, por alguien poderoso, se filtra en la vida de la gente, porque da permiso a otros para hacer lo mismo. El poco respeto invita al poco respeto. La violencia incita a la violencia. Cuando los poderosos usan su posición para acosar a otros, perdemos todos”. Perdemos todos. Todos. Ese es el mensaje que lanza Meryl Streep: todos, incluso los que están de acuerdo con Trump, perdemos, cuando el discurso oficial es la discriminación, que siempre puede tocarnos con su filo cortante y abrasivo.

Para acabar, Meryl Streep se dirigió a la prensa: “Necesitamos que periodistas de principios exijan explicaciones a los poderosos, que denuncien cada atrocidad. Por eso nuestros fundadores protegieron a la prensa y su libertad en nuestra constitución. Así que solo pido a la famosa y acaudalada Asociación de la prensa Extranjera en Hollywood y a todos los de nuestra comunidad que os unáis a mí para apoyar el comité para proteger a los periodistas. Porque vamos a necesitarlos. Y ellos nos van a necesitar para salvaguardar la verdad”. Y tanto. Porque Donald Trump ha vuelto a negar que se burlara de un periodista discapacitado; pero el vídeo está ahí, una vez más, para desmentirlo. No es que desprecie la verdad: es que parte de la mentira evidente como premisa, porque la propia vergüenza deja de importar cuando se pierde. A Donald Trump le estorba aquello que ponga en evidencia lo que es, su burda falsedad, ese estercolero ideológico que arrastra, de humillar al más débil, mientras se descojona.

Respuesta de Trump: “Meryl Streep, una de las actrices más sobrevaloradas de Hollywood, me atacó anoche en los Globos de Oro. Es una…”. Pero esta maravillosa actriz “sobrevalorada” no está sola. Como dice Sharon Stone, “Nunca ha estado más grandiosa que esta noche, casi sin voz, su voz no podía ser más fuerte. Gracias Meryl Streep”. Pero el mejor ha sido Robert de Niro, que protagonizó con ella El cazador, Enamorarse, Marvin’s room y I knew It was you. Descubriendo a John Cazale, en una carta pública: “Meryl, lo que dijiste fue genial. Necesitaba ser dicho y tú lo hiciste de manera muy bella. Merece todo el respeto que lo hicieras mientras el mundo estaba celebrando tus logros. Comparto tus sentimientos sobre gente de mala calaña y abusones. Ya basta. Con tu elegancia e inteligencia tienes una potente voz que inspira a los demás a alzar la suya para que sea escuchada también. Es muy importante que TODOS alcemos la voz. Te queremos, Rob”.

También a ti te queremos, Rob, antes y después de haber escrito esto. Porque es verdad que aquí, y allí, tenemos ser todos. Ya sé que existió el Hollywood de la caza de brujas de McCarthy, con esas listas negras de hedor abominable, entre la delación y el esperpento de la libertad. Pero yo me quedo con sus letras doradas, con esa voz quebrada de la gran Meryl Streep y sus palabras finales, recordando a Carrie Fisher, para acabar su hermoso discurso: “Como mi amiga, la fallecida Princesa Leia me dijo una vez, coge tu corazón roto y conviértelo en arte”. En ese arte soñamos, resistimos. En ese arte vivimos.

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