Ya tenemos a Donald Trump ejerciendo de presidente. Si este pintoresco personaje primero parecía un chiste que nadie parecía tomárselo en serio, después desconcertaba y ahora a muchos les da miedo.  En sus primeros pasos en la Casablanca no le tiembla el pulso para hacer realidad lo que amenazaba. Con su peculiar interpretación de la realidad cambia las reglas del juego de las relaciones internacionales con su perspicaz análisis de lo que llama “datos alternativos” que para muchos equivalen a mentiras y para los suyos otra manera de ver las cosas.

El triunfo de Trump ha sido celebrado por una extrema derecha europea que está en alza en muchos países sin embargo esta euforia inicial puede ser efímera. La insolidaridad del presidente americano con todo lo que no sea Estados Unidos es la misma insolidaridad que defienden muchos partidos europeos, sin embargo en la medida que Tramp vaya desarrollando su programa –y nada indica que no esté dispuesto a hacerlo- es de esperar que muchos de los apoyos que ahora tienen estos partidos populistas vaya menguando.

Quizás –y sólo quizás- las consecuencias del gobierno de Trump sirva de vacuna a los europeos para evitar imitarle (la esperanza es lo último que se pierde).