Ha habido Bimba Bosé

26/01/2017

Joaquín Pérez Azaústre.

Bimba Bosé tenía una belleza adusta en la expresión de una fortaleza frágil de diamante. Había en su tristeza una alegría natural de vivir, una especie de fuga hacia delante en el disfrute de la libertad del deseo. Hablo de su proyección, no de ella misma; hablo, especialmente, de lo que desprendía su figura de mujer masculina, alta de columnas elegantes de piel, una especie de musa neblinosa para fotografías de un Helmut Newton posmoderno. Así, si en Miguel Bosé el hombre se contempla en su feminidad, como un derecho ganado en el pulso del ritmo natural de la sangre, con la música erguida como la revelación, y también rebelión, de uno mismo en el mundo, en Bimba Bosé era la feminidad la que alcanzaba unas tonalidades masculinas, con su puesta en escena de un cierto hieratismo pulcro y sólido, de una escultura griega con las curvas borradas por su cruz de matices. Sin embargo, cuando interpretó a Bell, la que fuera casi novia de Jaime Gi de Biedma, en El cónsul de Sodoma, descubrimos a una Bimba diferente, con la carnalidad ya desprovista de su pátina estricta de hombría en lo sutil, con una desnudez restallante de nervio y de turgencia, de la serenidad encontrada en todas las colinas de su cuerpo, que era capaz de llevar a Gil de Biedma por las grutas de esa mujer hermosa desde una diferencia sensual, como una construcción intelectual que se ha vuelto de carne y nos conquista enteros, que nos ocupa el tacto en la retina.

Era una mujer hermosa, una Marlene Dietrich que hemos visto crecer a la sombra crecida del disco Papito, con esa canción que la descubrió para el gran público, Como un lobo, que es como vamos todos: por detrás del deseo y del amor. El mensaje de despedida de Miguel Bosé ha sido hermoso, tanto como lo era esta mujer de una belleza andrógina, en una revisión moderna de Marlene, que también enamoraría a Gary Cooper en Marruecos, o al viejo profesor en El ángel azul: “Buen viaje Bimba, mi cómplice, mi compañera, mi amor, mi hija querida. Guíame”, ha escrito su tío Miguel. También ha habido otros tweets ciertamente hermosos, bellos en su contemplación de un final, como el de su propia hija, Dora Postigo: “Muchísimas gracias a todos los que me apoyáis y que sepáis que hoy no es un día de tristeza, porque a mi madre es lo que menos le gustaba, la tristeza. Hoy es un día para estar contentos por todos esos momentos que hemos vivido y disfrutado con ella”, y también Rossy de Palma: “Adiós Bimba. Adiós Hermosa. Diosa Valiente. Jabata Luminosa. Siempre Positiva. Siempre Sonrisa. Siempre Amorosa. Luchaste hasta el final guerrera indómita. Se te quiere sista y ya se te añora”. Y algunos más, también con una fuerza de elegía sentida e inmediata.

Cuento todo esto porque la noticia ha sido no sólo la respuesta –más bien, un autorretrato-, del periodista Antonio Burgos, sino también los tweets asquerosos que algunos asquerosos, amparados en la cobardía del anonimato, han escrito contra ella, contra su tío, contra su familia y su recuerdo. El debate está en su persecución, relacionado también con casos más recientes. Habrá tiempo, más adelante, para analizar las diferencias de criterio, o de rasero, cuando se trata de perseguir los delitos contra el honor en la red. Para no dar oxígeno al fuego miserable de Caín, hoy me quedo con toda la belleza desplegada por esta mujer plena y por su despedida. Más allá de esta gente irrespirable, hay belleza en el mundo. Ha habido Bimba Bosé.

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