La economía del chanchulleo

13/02/2017

Álvaro Frutos Rosado.

 

“Lo que ahora nos parece una torpeza, entonces nos parecerá un acto inteligente, y lo que ahora se considera una corrupción, entonces será algo completamente natural. Todo depende del medio, del ambiente”.  Dostoievski Crimen y Castigo

Es poco edificante ver a ciudadanos calificados como responsables públicos llegando  en compañía de vitoreadores para entrar en sede judicial y rendir cuentas por desobedecer un mandato judicial. Por grotesco, produce repugnancia el hecho y los participantes.

Lo peor es, como ha dicho el Fiscal de la causa, que exista por estos «responsables» un uso torticero y manipulador del concepto  de  democracia. Realmente hace tiempo que tenemos dirigentes que están a mucha distancia de los ciudadanos y más de sus problemas. Esta repugnancia no es solo hacia los acusados por convocar un referéndum, es en la misma medida hacia aquellos que, con sus actos y omisiones, los han llevado ante la justicia. No por ello, entendámoslo bien, sino porque unos y otros con sus juegos de existencialismo del sentido de Estado están pretendiendo alejar o desenfocar el objetivo de lo verdaderamente grave que debería ser prioritario que la justicia persiga y sancione la corrupción.

Tendría que preocupar e indignar, como ciudadanos, no que unos políticos visionarios nos traigan locos con “sus referéndums”, ya sea en el papel de promotor u opositor, sino que su obra política esté  construida sobre una bañera de podredumbre cívica se llame Gurtell, Barcenas, 3% , Pika…

Lo que sorprende es lo poco que sorprende a muchos que han estado junto a la tostada que  se quemaba ; lo que indigna es lo poco que indigna a los que se supone garantes, custodios y firmes defensores de lo público y de su erario. Eso lleva a pensar que la mugre está muy alta y extendida y lo peor  que pocos negocios se han hecho de manera limpia y transparente. Es decir que se han hecho bajo la cultura del chanchulleo.

Por ello el problema español no es Cataluña ni los envites de los paranoicos líderes del separatismo. Tampoco la solución es abrir despacho en Barcelona y dialogar, cosa que antes no se hizo. El problema, aunque nos desagrade, sea cansino, reiterativo, nos haga daño, queme nuestra imagen de país y además siempre haya sido así a lo largo de la historia, es la corrupción. La de todos los partidos, las instituciones y la de todos los corruptores por reputados y ricos que sean. Estos corruptos patriotas.

Las declaraciones de Correa relatando como se materializaba  el proceso de adjudicación de obra o servicios públicos,  las relaciones entre el partido, el conseguidor, la empresa y la administración otorgante son un enredo de vodevil, personajes entrando y saliendo por diferentes puertas; bajo el brazo, maletines, regalos de lujo y suntuosas comilonas;  unas veces hablan en castellano, otras en catalán “dos per cent per al partit i un per la meva causa”. Podría ser divertido si eso no significara que la economía de nuestro país ha estado trufada, y ahora no sabemos cuánto realmente es de competitiva y se hace necesario recomponerla, restructurarla.

Hay muchas cosas que deberían haberse realizado hace tiempo. Los llamados “operadores políticos” existentes, a sueldo de empresas e insertados en los partidos y en la administración, deben erradicarse y las labores comerciales de los lobistas transparéntense regulando y controlando su actividad. Endurecer las escasas normas existentes que persiguen a los corruptores; proteger a aquellos ciudadanos que, tanto en el interior de las empresas como en las administraciones, asumen la hoy arriesgada tarea de denunciar actividades de corrupción. Es positivo que, como está sucediendo estos días, empresarios corruptores pacten con la fiscalía minorar la pena por confesión, pero es necesario limpiar las relaciones económicas público-privadas sin hacer tabla rasa del pasado, que es presente, como la pertenencia del exdirector de la Guardia Civil, Arsenio Fernández de Mesa, como consejero de Red Eléctrica, por citar al último.

No podemos caer en la pérfida ingenuidad de Cospedal de confundir falta de agilidad con connivencia permanente o la paranoica “persecución española” de Mas con dirigir una organización política dedicada a traficar intereses económicos.

Solo ejemplificando podemos recuperar la moral pública y la privada. Ello será bueno para la política, también para la economía y para nuestra cultura cívica en general. No está pasando. Cuando haya grandes empresas inhabilitadas para contratar con el Estado, empresarios condenados y más aún, cuando los corruptores reciban el reproche público de la comunidad  veremos que las cosas cambian. Hay un imprescindible: mayor rapidez en la investigación, instrucción, juicio y sentencia de estas causas.

Lo que cada vez resulta más difícil es concebir que las fuerzas políticas disciplinen seriamente la cuestión sin anteponer salvar la cara y evidenciar al contrario; y que los empresarios se autorregulen para competir libremente. Ni unos ni otros se han dado cuenta de que este no es un tema, es el tema, para dar calidad a la democracia y espantar esos demonios que parecen darles tanto miedo como son los populismos, el ascenso de partidos extremistas o las actitudes de gobernantes radicales.

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