De hábitos y monjes

15/06/2011

diarioabierto.es.

No está ni de lejos a la altura de la caída del Muro de Berlín, pero como símbolo con hecho diferencial incluido no esta mal que el president catalán Artur Mas aterrizara en el Pleno del Parlament desde un helicóptero para eludir las protestas de los indignados y no para grabar un ‘remake’ del anuncio del Tulipán. Es difícilmente discutible que, cuando el meollo del debate que se iba a abordar dentro eran los recortes, algún medio de transporte más adecuado y menos ostentoso seguro que había. Sin embargo valga ese descender de las alturas como ejemplo precisamente de esa distancia que algunos políticos, no todos y me niego a generalizar, mantienen con la sociedad por muchos votos que obtengan. La legitimidad democrática no es óbice para justificar los oídos sordos ante los clamores. Como tampoco el griterío y el alboroto arman de por sí de razones a sus autores ni mucho menos la coacción ni la violencia verbal contra una familia que pasea a su mascota por mucho que uno de sus miembros sea alcalde.

Que el habito no hace al monje lo evidencia que las fascistadas, y ésta lo es en grado sumo, se perpetran igual con gomina y camisa azul que con rastas y pantalones premeditadamente rotos. Es decir, que el fascismo es más mentalidad que ideario y que quienes se creen en poder de la verdad absoluta a mí, lejos de producirme admiración por su clarividencia, me provocan mucho miedo por su intolerancia. Estoy de acuerdo con la reforma de la Ley Electoral, radicalmente en contra de dejar a una familia en la calle por un embargo para engordar las cuentas de un banco, me opongo al pensionazo y a la reforma laboral pero igualmente confronto con quien crea que la obtención de hasta lo que se considere más justo ha de hacerse por la vía de la imposición.

Este sistema es mejorable pero no se antoja que optimizarlo pase por una regresión en el tiempo para que quienes no se creen representados por aquellos a quienes se vota se crean a su vez representar sin ser votados. Si las urnas no valen digan cómo pero no descalifiquen el fin si no presentan otros medios. En caso contrario, aunque no sea el indicador más fiable, habrá que recurrir a la aritmética para recordar que si hay concejales elegidos por centenares de miles de papeletas que no representan ¿a quién representan los cientos que les increpan en la calle? Quizás las formas abruptas empiezan a sepultar los fondos plausibles y con esa deriva se corre el riesgo de que un movimiento que nació espontáneo y hermoso sirva sólo para refugiarse en la inmovilidad de quienes, aun de forma errónea, cree que siempre es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer.

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