Padres e hijos

27/06/2011

Daniel Serrano.

Escribe Patricio Pron: “Los hijos son los policías de sus padres”. Y añade que  los hijos no son jueces porque no pueden juzgar con verdadera imparcialidad pero sí poner orden en la historia de sus padres. Patricio Pron pone orden en la historia de su progenitor y construye una novela tirando del hilo de una vieja fotografía y un puñado de recortes de prensa hallados en una carpeta. La titula El espíritu de mis padres sigue subiendo por la lluvia.

Ilustra la portada una sugerente fotografía en cuyo blanco y negro alborota una tropa infantil y gamberra que saca la lengua y empuja y ríe a mandíbula batiente sin pudor alguno y refleja en sus rostros una felicidad completa, una felicidad salvaje en medio de un paisaje de devastación. Porque detrás de los niños distinguimos, casi intuimos, humo y llamas y lo que parece el resto de un combate callejero. ¿Es tal vez el Ulster de los 70? Los niños ríen sin dar ninguna importancia al escenario trágico que pisan. Como el niño Patricio Pron en la Argentina terrible de la dictadura militar, ajeno a la pesadilla que viven sus mayores, aterrorizados ante la brutalidad institucionalizada e inculcando a sus hijos reglas de supervivencia camufladas mediante la apariencia de juegos.

El niño Patricio Pron descubre su infancia ya adulto, cuando vuelve a casa porque su padre está muriéndose. Es entonces cuando abre los ojos a lo que vivió y se da cuenta de la causa por la que su padre siempre le dijo que no hablase con extraños y que no subiese a coches de desconocidos y que si alguien se le intentaba llevar gritase su nombre y su dirección a los viandantes. El hombre del saco eran los milicos, que sumieron en las sombras a miles de hombres y mujeres inocentes.

Patricio Pron pasa revista a fotos y recortes de prensa y reconstruye la existencia de su padre, militante del peronismo de izquierdas al que la dictadura condena al apoliticismo, quien para seguir adelante renuncia a todo activismo subversivo. Su padre, que carga con una tristeza secreta: la de sus compañeros desaparecidos.

Alguien lo explica perfectamente en la novela: “A tu padre le hubiera gustado no ser de los pocos que sobrevivieron porque un sobreviviente es la persona más sola del mundo”.

La gran tragedia argentina contada con acertada contención, con la potencia dramática  justa de un texto donde no se detecta aspaviento alguno, con el tono de una doméstica investigación que conduce al protagonista a una suerte de reconciliación con su pasado.

Y una novela, además, con fogonazos de tinte lírico que resultan, en ocasiones, verdaderamente inquietantes. Véase la descripción que hace Pron de uno de los sueños que le asaltan durante los días en que su padre se debate entre la vida y la muerte en un cuarto de hospital: “En la estación de trenes (…) la revisora me decía (…) que para ir a Lemdorf o Levdorf yo tenía dos opciones: o tomaba un autobús que se dirigía a un pueblo intermedio y luego otro más o le daba comida envenenada a un mendigo que había en la puerta de la estación. Entonces yo comprendía que Lemdorf o Levdorf, el sitio al que me dirigía en el norte de Alemania, era el infierno”.

Patricio Pron lleva cabo la investigación policial del pasado paterno y nunca juzga sino que nos conduce a comprender a toda una generación que fue forzada al silencio para preservar la vida. El paradójico drama de sobrevivir.

Aunque, al final, El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia lo que nos descubre es de callada heroicidad de quienes sacaron adelante a sus familias, apretando los dientes y aguardando que un futuro les salvara del miedo.

El espíritu de mis padres sigue subiendo por la lluvia. Patricio Pron. Mondadori. 199 páginas.

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Un pensamiento en “Padres e hijos

  1. Estimado lector disperso:

    Aunque, literariiamente, cada vez me fío más de ti, me temo que el señor Pron no me despierta ningún grado de fiabilidad. Y bien que lo siento en esta época del año en que las librerías se empeñan en hacerle la competencia a la extrensa y extinta estepa rusa.
    Otra vez será. Saludos cordiales.

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