El fin de ETA llegó bajo un gobierno del PSOE. La Historia confirmará la certeza de tal acontecimiento: ojalá se haya escrito la última página del macabro y doloroso guión que mantuvo en vilo a España durante casi medio siglo.  Un comunicado de tal calibre es mejor que nada, pero la palabra de terroristas carece de legitimidad hasta que el paso del tiempo demuestre su veracidad. Obras son amores.

Mientras esperanzados -pero con cauto recelo- anhelamos que ese aparente final feliz torne a realidad contrastada, el Gobierno nos ha obsequiado con un apoteósico final de legislatura, acorde al desbarajuste reinante durante la mayor parte de la era Zapatero. Un Presidente que por cierto dejó de ejercer como tal hace semanas. Presumimos que por la imposición de sus compañeros para evitar el riesgo de incrementar la sangría de votos exponiendo en demasía a la personificación del desastre. Algunos -y así lo confiesan en privado- hasta por vergüenza. Un lamentable episodio que el propio socialismo debería haber minimizado convocando elecciones tras el período estival, sin alargar hasta finales de noviembre la agonía de propios -miembros y simpatizantes del partido- y ajenos -los españoles hastiados, desesperados, encabronados, desempleados e incluso arruinados-. Pero ni en el desenlace estuvieron acertados. Aunque todavía nos iban a regalar despropósitos variados, comenzando con la puñalada a quién pretendió luchar por la carrera presidencial. El codazo en el ojo -o duras advertencias que jamás saldrán a la luz pública- de Rubalcaba a su ex amiga Chacón, eliminó por la vía rápida -y muy democrática- a cualquier adversario que obstaculizase los intereses del candidato, dando el pistoletazo de salida al tétrico inicio del fin.  Pero aún estaba por llegar esa imagen impagable de un Ministro del Gobierno de España, José Blanco -futurible intelectual de renombre cuando le echen de la política activa- departiendo en coche oficial con un corrupto confeso en idílico escenario: una gasolinera de extrarradio. Cuando las mentes brillantes que escriben la exitosa serie “Los Osborne” -el retrato contemporáneo de mafiosos por antonomasia- estén carentes de nuevos argumentos, nada mejor que pasear a lo largo y ancho de nuestra geografía para recargarse de ideas. La Justicia decidirá sobre la culpabilidad del señor Blanco, pero la imagen cuanto menos es bochornosa.

Con la intención de voto por los suelos y desprovistos de iniciativas, de aportaciones, de soluciones y hasta de ilusión, rematan esta legislatura sacando a pasear a la flor y nata de las juventudes socialistas: Felipe González a tutiplén en foros, desayunos informativos, actos públicos, mítines o en lo que se tercie. Y hasta a Alfonso Guerra. ¡Viva la savia nueva y la política rabiosamente joven! Si eso es todo lo que el socialismo del siglo XXI puede ofrecernos -al  hombre que alcanzó un gobierno el siglo pasado, allá por el año 82- es que está realmente mal. Y eso es nefasto para la democracia española que para salir fortalecida requiere de opciones políticas vivas y encontradas, dispuestas a dar la batalla, repletas de entusiasmo, dinamismo, de adversarios que den la talla y obliguen a los de la bancada de enfrente a no dormirse en los laureles,  a impedir que se embriaguen de triunfalismo o se atiborren hasta perder la razón de una mayoría absoluta descomunal. Que de ahí a los gobiernos estériles, las corruptelas y los abusos de poder hay un paso.

Se dice que los españoles somos el pueblo más fuerte de la Tierra porque hemos sobrevivido  pese a contar durante siglos con pésimos gobernantes. ¿De qué habríamos sido capaces con unos dirigentes como Dios manda? ¿Lo averiguaremos algún día? De momento, como demócratas, tenemos una cita ineludible con las urnas el domingo 20 de noviembre. Votemos y botemos. Es un buen comienzo.

Twitter: @CarmelaDf