Europa, al borde de la jubilación

24/03/2017

Maite Vázquez del Río.

Este mismo viernes, el papa Francisco recibía en el Vaticano a los líderes europeos (27, en total, ya que el Reino Unido se ha embarcado en la marcha en solitario), que este fin de semana celebrarán el 60 cumpleaños del Tratado de Roma. Mucho ha llovido desde entonces y cuando en épocas no muy lejanas parecía que íbamos a morir de éxito y todo el mundo se quería sumar al carro y había lista de espera para hacerlo, resulta que llegó una crisis sin precedentes y lo puso todo patas arriba hasta el extremo de que ahora se teme una desbandada y la propia jubilación de la UE.

El propio Pontífice decía a los mandatarios comunitarios que la Unión Europea «corre el riesgo de morir» y les pedía encarecidamente que no pierdan los valores de solidaridad y apertura. Francisco I les daba la receta para seguir sin fisuras: «La solidaridad es el mejor antídoto contra los populismos».

Las vueltas que da el mundo o que nosotros le hacemos dar. ¿Quién iba a decir a aquellos pioneros del germen comunitario que llegaríamos al grado de euroescepticimos que ahora tenemos y que al más mínimo problema que surge en cualquiera de los países que componen esa etérea unidad, la solución acaba en «exit»?

Había pasado más de una década desde la II Guerra Mundial y un 25 de marzo de 1957 se abrían las puertas a la Unión Europea. El resultado en términos de paz, estabilidad, democracia y hasta de prosperidad fue suficiente para que muchos países decidieran apostar por este nuevo camino. Se eliminaron fronteras entre los estados miembros y todo daba a entender que la integración iba por el buen camino. Sólo había que cumplir y respetar unas reglas mínimas, comunes para todos, con independencia del número de habitantes o de su riqueza. De esta forma los seis países iniciales vieron cómo se les iban sumando más y más compañeros de viaje, hasta 28, bueno 27 a partir del próximo 29 de marzo en que el Reino Unido pedirá formalmente su salida (exit). Parecía que íbamos a ser el «competidor» oficial de Estados Unidos, aunque fuera también nuestro aliado.

En esos 60 años se han hecho muchísimas cosas. Los países que se iban adhiriendo, como fue el caso de España el 12 de junio de 1985, comprobaron las ayudas que se recibían para poder estar a la altura del resto. Para ese todo común también cada uno tuvo que ceder mucho, y lo principal fue la soberanía. Todos los pasos, tal vez, fueron demasiado lentos, pero llegaron tratados como el de Maastrich o el de Shengen, y todo parecía que iba como en un cuento de hadas.

Pero la realidad fuera de los papeles y tratados era bien distinta. Una crisis cruel ha servido para hacer tambalear todo lo avanzado y poner en evidencia que se había hecho muy poco cuando el desencanto de los ciudadanos es patente a través de las cifras del paro, la menor protección social y la puesta en entredicho del propio Estado de Bienestar. Y mientras los ciudadanos sufrían, descubrían con asombro que los poderes económicos y financieros camparon a sus anchas sin que nadie se atreviera a ponerles límites… hasta que necesitaron la ayuda de todos porque tanta podredumbre salió a flote y los días de vino y rosas se transformaron en años insoportables.

La clase media de toda Europa se ha visto resentida y yo no les vale que le hablen de libertad de movimiento de personas y capitales. Los populismos se abren camino y radicalizan cualquiera de los principios que hasta hace poco eran orgullo europeo. Y en las fronteras mismas de Europa, hacia el Este solo encontramos convulsión y un repliegue capitaneado por Rusia, mientras que el «aliado» estadounidense está comandado por un Donald Trump del que se puede esperar de todo, pero que nada será bueno para esa Europa ahora con pies de barro.

Y sin olvidar que algunos europeos están empezando a estar nerviosos y pierden los papeles a la primera de cambio como el presidente del eurogrupo, el holandés Jeroen Dijsselbloem, quien acusó a los países del Sur de Europa de gastarse el dinero en vino y mujeres. Sus propios colegas han calificado sus palabras de machistas y racistas y han salido al paso asegurando que no hay una guerra norte-sur.

Una vergonzosa puesta en escena a pocos días del 60 cumpleaños del Tratado de Roma que una vez más hace ver a los ciudadanos que la UE ya no tiene soluciones y que en vez de poner freno a todas las desviaciones que están surgiendo (se llamen nacionalismos, populismos, xenofobias o aislacionismos), parecen estar añadiendo leña al fuego para que nadie se quiera quedar en esa unión cada vez más desunida.

Quienes llegamos a creer ahora nos resulta difícil. En nuestra memoria están recientes muchas historias en las que la UE debía fijar una postura común y defenderla y suceso tras suceso nos iban desencantando. ¿Qué postura tomaba la UE en las decenas de crisis que han ido surgiendo en las últimas décadas, incluida la más reciente, la de los refugiados? Pues alargar en el tiempo las resoluciones para no satisfacer a nadie. Y los europeos somos solidarios y respetuosos de todos los derechos, incluso de los que no son nuestros.

Y en cuanto a las relaciones entre los países miembros tampoco hubo un trato entre iguales. Eso nos han enseñado. Ahora vuelven a recordarnos las distintas velocidades, antes se hablaba de los países locomotora y los que iban en los trenes de cola. Se buscaba la integración, la igualdad, que todos las economías fueran a la par, que todos los sistemas financieros respetaran las mismas leyes… pero no fue tan «fácil» como instaurar el euro como moneda común de todos. La crisis puso en evidencia que a los países del sur, los más castigados por la crisis, se les pidió que perdieran hasta la dignidad, con reformas de toda índola y recortes que siempre fueron en la misma dirección: castigar al ciudadano y que el ciudadano pagara los desmanes de los poderes financieros y económicos. Por pedir nos pidieron hasta aceptar la precariedad laboral, menores salario, retroceder en logros como la sanidad y educación o, lo último, hacer ver que los sistemas públicos de pensiones no podrán sostenerse a no ser a base de más sacrificios y de pérdida de poder adquisitivo. Y al mismo tiempo seguir pagando con impuestos hasta el sol.

Algo tendrán que hacer los dirigientes políticos para que los ciudadanos volvamos a creer que en la Unión Europea está la solución para volver a mostrar el futuro a los jóvenes y la seguridad de los mayores; la dignidad a los trabajadores y el Estado de Bienestar que sabemos que es posible porque hasta hace 10 años llegamos a comprobarlo. Esperemos que se pueda encontrar la solución y no jubilar definitivamente a la UE. Estos 60 años de aniversarios deberían servir para llevarnos a todos a la reflexión de qué es lo que queremos y cómo lo podemos conseguir… De todas formas, ¡¡¡¡ Felicidades!!!!

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