Muchos directivos y profesionales se preparan a conciencia en la adquisición de herramientas y habilidades que les permitan obtener un mayor rendimiento de sus resoluciones. En el mundo de las organizaciones, decidir no decidir no es una opción negociable.

Si hay algo que las personas hacemos a lo largo de nuestra vida es decidir. A diario, de forma más consciente o menos, evaluamos las alternativas que nos parecen más razonables de cara a resolver los desafíos que se nos plantean. En un entorno empresarial, la importancia de un acertado funcionamiento de nuestra capacidad para tomar decisiones se multiplica exponencialmente.

Elegir adecuadamente un cambio de trabajo, la fusión de nuestra empresa con otra o determinar en qué momento lanzar un nuevo servicio que complemente la oferta de nuestro negocio, son algunos de los muchos ejemplos que ilustran la intensidad de exigencia y presión que recibe nuestro aparato decisorio. La singularidad de los retos a los que nos enfrentamos conlleva que siempre asumamos ciertos riesgos pues, la mayoría de las veces, no existe una única manera de afrontarlos.

Para cualquier individuo, tomar decisiones supone tener coraje, abandonar un terreno seguro y aportar quintales de honestidad a fin de evaluar las consecuencias que los planes de acción puedan haber arrojado. Y, evidentemente, no todo el mundo está dispuesto a aventurarse de la misma manera cuando nuestra imagen y nuestra pericia profesional se encuentran en juego.

Decidir no decidir
No obstante, lo que resulta más paradójico de este planteamiento es que, queramos o no, decidimos. De hecho, decidir no decidir ya es una decisión en sí misma. Y seguramente en un entorno líquido como en el que nos movemos no sea la alternativa más adecuada.

Por otra parte, la rapidez en la respuesta es un valor al alza cuando los mercados se asemejan más a un oscilante junco que a un rígido boj. La capacidad para realizar una lectura atinada de la realidad y actuar en consecuencia con la mayor celeridad es una de las mayores virtudes que puede ostentar cualquier organización en la actualidad. A estas alturas, ya somos perfectamente conscientes de que aquella visión tradicional que entendía al ser humano como una máquina estrictamente racional e infalible a la hora de tomar decisiones, se encuentra objetivamente en entredicho.

Los anteriores modelos que explicaban nuestra conducta decisional, basados en la lógica pura y la matemática, han dado paso a un enfoque más realista que subraya la influencia de un nutrido conjunto de variables psicológicas complejas que condicionan estos procesos. Hoy sabemos que la personalidad, las emociones, las creencias, los valores, o nuestras propias expectativas, tienen mucho más peso a la hora de decidir del que nos atrevíamos a reconocer. La experiencia pasada de las personas ocupa un lugar privilegiado a la hora de posicionarnos, entender y abordar los conflictos.

Los profesionales que integran las compañías toman múltiples decisiones en cada jornada de trabajo. Desde la faceta más estratégica a la más operativa, nuestra capacidad de decisión queda representada —como si de un gran enjambre se tratara— en el rico mosaico de roles profesionales que compone una organización.

Decidir significa mucho más que atravesar con mayor o menor celeridad, con mayor o menor éxito, un conjunto de fases previamente definidas. Implica conocerse bien desde dentro y desde fuera, y contemplar un mapa de realidad aumentada que refleje cada aspecto cardinal que nos impulse hacia la solución más óptima. Con ética y con conciencia plena. Porque las personas quedamos siempre retratadas con nuestros actos, mucho más allá de las palabras y los buenos propósitos…

 

Marcos Martínez Jurado es director de Desarrollo Técnico de la empresa especializada en formación y desarrollo directivo a medida para empresas Euroforum.

 

Más información
⇒ Seguir en Twitter a Euroforum: @Euroforum_ES
⇒ Perfil de Euroforum en Facebook