Asalto a la Asamblea Nacional

06/07/2017

Joaquín Pérez Azaústre.

Esparta debe estar en las puertas de Atenas, pero nunca en sus ágoras divinas. El
templo y la palabra deben defenderse de las bestias, que asolan arrabales lapidarios con su sed de silencio, acallando a las voces para así entronizar a una única voz. Es lo que parece que empieza a suceder en Venezuela. Si las imágenes publicadas por El País son ciertas –y no hay ninguna razón para creer lo contrario-, y estos grupos de choque del chavismo irrumpieron ayer en la sede de la Asamblea Nacional de Venezuela, armados con palos y con porras, y con armas de fuego, hiriendo gravemente al menos a cuatro diputados de la oposición, es que la brutalidad espartana, siempre a un paso del totalitarismo, está madura en el árbol de la confrontación venezolana. Mientras se conmemoraba los 206 años de su independencia, nada menos que 300 personas fueron retenidas en el interior de la AN por varios manifestantes pro Maduro, que irrumpieron en el Palacio Federal Legislativo de Caracas gracias a las facilidades de la Guardia Nacional Bolivariana. Se supone que esa Guardia Nacional estaba ahí para proteger a los parlamentarios, pero dejaron pasar a estas fuerzas de choque y también a sus armas.

Es el reino de Esparta, con su imperio de fuerza, pero no el de la ley. Porque desde el momento en que la violencia entra en cualquier foro de palabra encendida, la batalla de la libertad ya ha empezado a perderse. Violencia, fuerza física, sí, siempre que sea para defenderse de otra agresión previa. Derecho de defensa, sí. Derecho de agresión al que piensa distinto, no. Porque entonces estamos en otra cosa diferente, que ya no es democracia ni representación, sino ley del más fuerte y justicia privada. Por eso no se puede admitir que tanto parlamentarios, como personal de la Asamblea Nacional y
periodistas, fueran agredidos y robados por civiles afines a Nicolás Maduro, ni es admisible que la Guardia Nacional los dejara pasar. A partir de este instante, si el presidente venezolano no hubiera condenado inmediatamente lo ocurrido, impulsando
una investigación y desmarcándose de manera irrebatible de esta agresión a la soberanía venezolana, la veda de la fuerza habría sido levantada. Porque no se puede admitir que los asambleístas Américo De Grazia, Luis Padilla, José Regnault, Nora Bracho y Armando Armas tuvieran que ser atendidos en la enfermería, con De Grazia trasladado hacia una clínica del noroeste de Caracas con traumatismos en el abdomen y el pecho, además de haberle abierto la cabeza. A Armando Armas hubo que darle nada menos que 20 puntos en el cráneo. Pero afortunadamente para sus ciudadanos y para sí mismo, casi en el mismo momento de conocer la noticia Nicolás Maduro condenó rotundamente la agresión: “No seré cómplice de la violencia”, dijo. Ahora sólo queda su investigación.

Parece ser que fue Oswaldo Rivero, conocido dentro del chavismo como “Cabeza de mango”, famoso por su presencia la televisora estatal Venezolana de Televisión, quien dirigió el ataque, animando al gentío. En mitad del follón, para animar el cotarro, la Guardia Nacional Bolivariana se puso a lanzar gases lacrimógenos, que caían igual para los agresores que para los agredidos. Hubo detonaciones y también un rastro de casquillos de bala. La sangre, en fin. La sangre en la cabeza de estos hombres, la sangre de su indefensión, su discurso abatido. Es verdad que no podemos cometer el
error de tratar de desentrañar aquella realidad completamente desde aquí, tan compleja, con una población que ha sido víctima histórica de los abusos y atropellos de los poderosos: de ahí el triunfo de Chávez, de ahí Maduro. Pero más allá de las interpretaciones y del uso torticero y cansino que se ha hecho de Venezuela para
castigar a Podemos a la menor ocasión, esto ya es otra cosa. Esto es el asalto a la
Asamblea, esto es el asalto a la palabra política. Esto es la negación de cualquier marco de convivencia efectivo. Bien está que Nicolás Maduro lo condene, pero un presidente no puede quedarse en esa frase, “No seré cómplice de la violencia”, sino demostrar con hechos que no lo ha sido ni lo es. Eso reclama ahora Venezuela, y su foco en el mundo.

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