Seis medidas para un uso más eficiente de la energía, por empresas y particulares

13/04/2018

Xavier Martínez Janáriz, COO de Primagas. Hay que usar la mejor energía y utilizar la energía mejor.

La hoja de ruta de la Comisión Europea (CE) para el año 2050 tiene como objetivo conseguir una economía baja en carbono, mediante una reducción del 80% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) respecto a los valores de 1990. Para poder alcanzar este objetivo, se deben disminuir esas emisiones un 40% en el año 2030, y en todos los sectores energéticos, en función de su potencial tecnológico y económico. En el Marco sobre clima y energía para 2030 ya se define esta reducción del 40% de las emisiones GEI como objetivo fundamental, así como la obtención de una cuota del 27% de energías renovables y una cuota del 27% de mejora de la eficiencia energética.

Ahora bien, ser ambiciosos significa que en 2030 aún el 70% del mix de consumo será para los combustibles fósiles, lo que significa que la transición a un modelo energético bajo en carbono está lejos de ser un proceso rápido. Los obstáculos tanto técnicos como económicos son considerables y no deben subestimarse ni infravalorarse.

Por tanto, aunque los combustibles fósiles no sean un vestigio tan en extinción como puede parecer, también es importante recordar que no son una entidad monolítica, sino que son muy diversos y ofrecen diferentes ventajas y desventajas que debemos aprovechar de manera adecuada. Por ejemplo, los combustibles gaseosos, como el gas natural y el gas licuado, además de su disponibilidad inmediata y eficiencia, ofrecen una serie de ventajas comparativas respecto a los otros combustibles líquidos o sólidos, como emisiones de CO2 y contaminantes relativamente más bajas. Así, y aunque parezca contradictorio, promoverlos puede ayudar a alcanzar los objetivos medioambientales de manera más rápida y económica.

Puente romano en Córdoba, Andalucía’, por Jorge Garcia, modificada (CC BY 2.0).

En la transición energética, el sector residencial —que representa el 25% del consumo final de energía en la UE— cobra especial importancia. Especialmente en el caso del 20% de hogares españoles que viven en entornos rurales fuera de la red de gas natural. Estos consumen más del doble de combustibles sólidos y de gasóleo de calefacción que los hogares urbanos. Estas zonas suponen un consumo muy alto de energías altas en carbono y que, por tanto, son un objetivo claro para mejorar sustituyendo estas energías por combustibles gaseosos. Si además le sumamos la existencia de soluciones modernas y eficientes, como sistemas de calefacción central, calderas de condensación, sistemas híbridos (solar térmica combinada con gas), calentadores de agua instantáneos, unidades de microcogeneración o bombas de calor a gas, las zonas rurales se convierten en un ámbito de actuación sencillo de mejorar y que permite acercarnos a nuestros objetivos, simplemente con el correcto uso conjunto de energías renovables, combustibles gaseosos y soluciones de eficiencia energética.

Pero no sólo eso. En la actualidad, debemos añadir al reto de reducir las emisiones el tan urgente y candente de la contaminación atmosférica, y no sólo en las zonas urbanas sino en especial, y sorprendentemente para muchos, también en las rurales. Porque no sólo provoca problemas respiratorios y cardiovasculares, sino que también afecta a las plantas, los animales y hasta a los edificios. Su origen está en los contaminantes que son generados principalmente por el uso de combustibles para el transporte, la calefacción o la generación de electricidad.

Según la Agencia Europea del Medio Ambiente, hasta el 45% de la población urbana de Europa ha estado expuesta a concentraciones ambientales de partículas por encima del límite establecido para proteger la salud humana. Se estima que las partículas finas atmosféricas PM2.5 han reducido la esperanza de vida estadística en la UE en más de ocho meses.

Ante este reto, la sencilla estructura molecular del gas licuado hace que resulte fácilmente combustible con un perfil de emisiones de contaminantes menor que el de otros combustibles sólidos. El impacto de los combustibles gaseosos es inferior al de los combustibles líquidos (gasóleo de calefacción) y considerablemente inferior al de los combustibles sólidos (carbón, madera y pellets).

Y todo esto, además, y en el caso del gas licuado, sin comprometer inversiones públicas ni modelos de retribución regulada que puedan generar déficits en el tiempo o conflictos intergeneracionales, sino simplemente con la iniciativa empresarial y el capital privado del sector. En este entorno, las empresas proveedoras no sólo deben facilitar la energía sino también consejos prácticos de cómo usarla de forma óptima, convirtiéndose así en asesores.

En conclusión, quedan muchas opciones aún para usar mejor la energía. Desde nuestro punto de vista, el camino a recorrer requiere:

  1. Promover una asignación más racional de los recursos energéticos
  2. Evitar enfoques de todo o nada considerando los combustibles gaseosos como aliados de la descarbonización
  3. Equilibrar las prioridades ecológicas y sociales, especialmente en el campo de la fiscalidad energética
  4. Adoptar un enfoque prudente sobre la promoción del aumento del uso de la electricidad, hasta que no haya mayor certeza sobre su generación baja en carbono (sin recurrir al carbón como sucede ahora, por ejemplo)
  5. Dar prioridad a la eficiencia energética promoviendo los equipos y los combustibles gaseosos más eficientes
  6. Considerar a las empresas comercializadoras de energía como actores activos en este proceso como asesores y no sólo como proveedores o financiadores de las políticas.

Xavier Martínez Janáriz es director de Operaciones (COO) de Primagas Energía.

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⇒ Seguir en Twitter a Primagas: @PrimagasE

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