Cortocircuitos del pensamiento

13/04/2018

Miguel Ángel Valero. Carmen Camacho realiza en "Fuegos de palabras" un monumental e interesantísimo trabajo sobre el aforismo poético en la literatura española desde el siglo XX.

«Desconfía, lector, del aforismo», advierte José Bergamín. Pero del que «es hijo natural de la Pereza y el Orgullo», precisa. Pero hay que leer «Fuegos de palabras. El aforismo poético español de los siglos XX y XXI (1900-2014)», un impresionante trabajo de edición y de Carmen Camacho, poetisa, aforista, periodista y profesora de escritura creativa, para descubrir todo lo que hay detrás de un género desgraciadamente poco conocido. Y ya dijo Antonio Machado, otro aforista, que el español «desprecia cuanto ignora».

Pese a que es un género con especial presencia en la literatura española contemporánea. Y a que el aforismo poético es una de sus principales variantes.

El titulo de la antología procede de un gran aforista, Carlos Edmundo de Ory, que proclama que «hago fuegos de palabras»

«Un buen aforismo es un relámpago en las tinieblas», según Ramón Eder. «Los aforismos son relámpagos de pensamiento», remarca Fernando Menéndez. Para Accidents Polipoètics, «los aforismos son esos perros enanos que intentan morderte si les acaricias«.

Curiosamente, el aforismo viene de una palabra griega (aphorizein) que significa «delimitar, separar, distiniguir», cuando es lo menos definible que hay, porque arrebata y rebate las palabras que intentan acotarlo, explica Carmen Camacho en la magnífica introducción, «Las ínsulas extrañas», a la monumental obra (484 páginas), editada por la Fundación José Manuel Lara en su colección Vandalia, que recoge aportaciones de 48 escritores.

Los aforismos «discrepan hasta consigo mismos», avisa Erika Martínez. Y el maestro Umberto Eco zanja: «no hay nada menos definible que el aforismo».

La magnífica antología de Carmen Camacho nos enseña que estos indefinibles (pese a su raíz griega) trabajos brotan de la razón, de la experiencia, pero también de la intuición, de los sueños, de la contemplación, de la imaginación. De la razón poética como manera de acceder a la realidad para entenderla y, sobre todo, para encenderla, como acertadamente señala Carmen Camacho.

«El aforismo se mueve en el terreno de las verdades poéticas, verdades que están abiertas al horizonte humano, donde todo es incertidumbre, abismo poético y metafísico», afirma Fernando Menéndez. «Hay sistemas filosóficos que quieren mover montañas. Los pensamientos aforísticos se conforman con ser tan sólo el viento que da en las hojas de los árboles que las cubren», aporta Lorenzo Oliván.

José Bergamín señala que «el aforismo no es breve, es incomensurable». Para Karl Kraus, «no ha decir la verdad, sino superarla».

Para Eduardo García, los aforismos mantienen «un permanente estado de alerta frente al tópico bienpensante, así como una guerra declarada a ese lobo con piel de cordero que se hace pasar por sentido común».

El aforismo poético se descubre en esta obra como la modalidad más indefinible, la más transgresora, «clarisintiente» (como proclama Juan Ramón Jiménez), abierta al pensamiento no necesariamente racional. Desde luego, fuegos de palabras.

 

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