La excelencia es una experiencia placentera

30/08/2012

Ignacio de Jorge,
director de Moebius Consulting.
Era en un pueblo al borde de la Albufera, entre Valencia y Cullera. El restaurante había adquirido buena reputación por sus paellas entre los vecinos y veraneantes de la zona. Desde mi mesa al lado de la puerta de entrada estuve observando al encargado. Atendía con otros camareros las mesas de la sala y él se ocupaba del “otro negocio”, las paellas de encargo que venían a recoger al restaurante.

Había llegado a desenvolverse con una gran rapidez exenta de precipitación. Luego me contaría que en ese rato habían salido 25 paellas de la cocina. Su velocidad no le impedía desarrollar una comunicación muy personalizada con sus clientes, dirigiéndose a algunos por su nombre, con algún comentario personal para cada uno, ofreciéndose a llevar hasta el coche la paella que envolvían en un innovador forro de cartón.

Uno tenía la sensación de que se llevaba a casa la paella de un sitio de prestigio, donde además había recibido un trato de simpatía y eficiencia. Había un ritmo atlético y muy simpático en el servicio, donde el encargado y sus camareros se movían con la sincronización de una coreografía del Circo del Sol. Yo no quería ser descortés con los amigos de mi mesa, pero todo aquello me tenía hipnotizado.

Si lo recuerdo ahora es porque el pensamiento que tuve en aquel momento es que aquel hombre se lo estaba pasando en grande. Yo mismo me lo estaba pasando en grande sólo de verlo. Y lo que, a mi parecer, esto tiene de relevante, es la idea de que la excelencia, entendida como una búsqueda que incluye la preparación de una actividad, su realización y la obtención de unos resultados, es ante todo una experiencia que genera placer.

Asociamos excelencia a esfuerzo, y esfuerzo a sacrificio. Al final acabamos viéndolo como una experiencia penosa pero necesaria. Pero aquello no cuadraba con mi “campeón de paellas”.

Estados de flujo

Hace varias décadas, un psicólogo de nombre impronunciable descubrió que los momentos en que las personas declaraban haber sido más felices no eran los dedicados al descanso, sino cuando estaban totalmente absortos en actividades frecuentemente agotadoras. A esos momentos los denominó “estado de flujo”.

Tienen en común que son actividades elegidas, relacionadas con nuestras fortalezas naturales, no sencillas pero tampoco imposibles para quien las realizan, con un objetivo claro y la posibilidad de ver un resultado. Y tiene como efecto una profunda concentración en lo que se hace, que a veces lleva a una pérdida temporal de conciencia. Lo que se dice todo un viaje.

Realmente cambia mucho verlo de una manera o de otra. Lo que obtengo de algo no suele ser más de lo que espero y lo que invierto. Las imágenes recientes de los deportistas olímpicos también nos recuerdan la energía y, por tanto, el placer que produce la búsqueda de la excelencia. Y cuando te has acostumbrado a su adrenalina, en ti y en los otros, quieres seguir experimentándola.

Quizás sea un buen tema para la reflexión en esta vuelta de vacaciones, mientras nuestros campeones de paellas seguramente descansan un poco.

Ignacio de Jorge es director de la consultora especializada en gestión comercial Moebius Consulting. Licenciado en Económicas por la Universidad de Valencia, cuenta con el  máster de Dirección de Recursos Humanos del Instituto de Empresa y más de 13 años de experiencia en el área de recursos humanos y en consultoría comercial.

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