“Hay un problema con España. No está de acuerdo, y esto es muy injusto para el resto” afirmaba el presidente norteamericano Donald Trump desde el avión presidencial que le trasladaba a la cumbre de la OTAN en La Haya, mientras que el influyente medio “Político”, comprensivo en otras ocasiones con las decisiones de La Moncloa, calificaba a España como y “el nuevo villano de la OTAN”. Y lo más grave es que esto no sólo lo piensa Trump, sino que lo comparten el resto de los Estados miembros que consideran a Pedro Sánchez, y en consecuencia también a España, como un “mal ejemplo”, en un contexto geopolítico de guerras declaradas en Ucrania y en Oriente Medio y cuando existe un consenso en la urgencia de disminuir de forma urgente la dependencia europea de Estados Unidos en materia de defensa. Cuando todos los países aliados están afrontando sacrificios económicos, la resistencia de Sánchez a asumir el aumento del gasto en defensa evidencia una falta de solidaridad con respecto a los demás países, ya que ante una amenaza común, la OTAN se confirma como el principal baluarte de la defensa de Europea, ante la tibieza de Trump, que hace la guerra por su cuenta, y la ausencia de un ejército europeo. El problema es que Sánchez enfoca la política internacional en la misma forma y con los mismos fundamentalismos que lo hace en la política interior, y por mucho que ponga como excusa para no cumplir con la defensa el posible deterioro en los servicios sociales, la realidad es que a Sánchez los recortes sociales, España y hasta el PSOE le importan absolutamente nada, los utiliza. Sólo le importa él y su supervivencia. Y desde este esquema mental egocéntrico y autócrata, el todavía presidente del gobierno no se puede comprometer ni al 2,1% del PIB como defiende porque no tiene Presupuestos, ni lo va a tener, y porque está sometido al chantaje de sus socios populistas e independentistas, enemigos de España y de la OTAN y amigos de Putin, de Maduro, de Irán y del resto de las dictaduras del llamado “eje del mal” para poder mantenerse unos días más en La Moncloa, a costa de la imagen y el prestigio internacional de España y de la libertad, la seguridad y el bienestar de los españoles. Una actitud que, en los últimos días, está llevando a España a pasar de la irrelevancia en el escenario mundial a que le han sumido Sánchez y su mentor Rodríguez Zapatero, al aislamiento como en los mejores tiempos del franquismo, sin ningún peso político y económico internacional. Sobre todo porque cuando en Sánchez se enfrenta a Trump presentándose como el patético líder de una izquierda trasnochada para intentar tapar los gravísimos problemas de corrupción que afectan a su entorno político y familiar se está enfrentando también al resto de nuestros aliados europeos y occidentales que ya nos consideran un socio “paria”, molesto, secundario y poco fiable. Empecinado en una maniobra de consumo interno, Sánchez llegó a La Haya con un daño en su crédito político de enormes dimensiones, como reflejaba recientemente el prestigioso medio británico The Times que le llamaba Don Teflon por los escándalos que le rodean y en referencia a su capacidad para negarse a asumirlos, compartiendo apodo con el conocido mafioso estadounidense John Gotti. Pérdida de crédito y de confianza que afecta también a nuestra economía y a la proyección exterior de nuestras empresas como acaba de alertar el Fondo Monetario Internacional (FMI) avisando los inversores internacionales sobre los riesgos que implica la fragmentación política española y la debilidad del Gobierno que podría dificultar una respuesta consistente en el caso de que se produzcan nuevas tormentas en los mercados de deuda. Por cierto que si a Sánchez tanto le preocupan los posibles recortes en los servicios sociales podría empezar por reducir ese gobierno elefantiásico de 22 ministerios, muchos de ellos innecesarios y con responsables inoperantes o incompetentes, que se han sobredimensionado en sus estructuras y que nos cuestan casi 70.000 millones de euros. Es una idea, por si acaso.