Junio persigue al rey Juan Carlos y a su mal de ojo

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Hace once años y también era lunes, 2 de junio de 2014, cuando el rey Juan Carlos ofrecía, a regañadientes, su abdicación ante los escandalosos acontecimientos que arrastraba desde hacía años y que estaban afectando a la línea de flotación de la Institución que ocupa la Jefatura del Estado. España y el mundo se vieron relativamente sorprendidos por una noticia de enorme alcance; Mariano Rajoy, presidente del Gobierno en esos momentos, anunciaba la decisión (obligado) de la abdicación del rey Juan Carlos I. Se abría el proceso para relevarle en la Jefatura del Estado. Dieciséis días después, en el palacio de la plaza de Oriente que es el oficial, los dos reyes firmaban el documento legal, uno abdicaba y otro asumía, la Corona y con ello, la Jefatura del Estado. Se acordó que lo dos seguirían llevando el título de reyes, pero uno en ejercicio y otro en labores de apoyo. Los escándalos que quiso acallar la abdicación amainaron pero no desaparecieron. Aunque los reyes sean inviolables, algunos delitos hubieran prescrito y otros fueran una maraña complicada (y peligrosa) de desentrañar, lo cierto, es que un hecho reputacional tan grave, no se puede cerrar sin respuestas y sin explicaciones creíbles. Si no lo cierras bien, el pasado siempre será presente, aunque el titular de la Corona en ejercicio, sea otro. Otro 2 de junio, pero años más tarde, el rey Juan Carlos, después de haber recorrido España como si fuera un inspector de la guía Michelín (se ganó el apodo del rey Michelin), anunciaba que daba por cerrada su agenda oficial. Se jubilaba de sus funciones de representación regia. Y como el escándalo, que se quiso acallar con la abdicación, continuaba, aunque su hijo le retirase “el sueldo”, en agosto de 2020 comunicaba que se exiliaba a Abu Dhabi. Y precisamente elige para vivir los Emiratos Árabes, donde se localiza uno de los orígenes de sus comisiones y escándalos, y allí, como residente fiscal en el extranjero, ya no tiene que dar explicaciones del origen, del escondite de su fortuna, ni de cómo lo gasta o a quién se lo dejará cuando ya no esté. Que se hayan normalizado sus viajes a España, para navegar, visitar a los médicos o disfrutar de la hospitalidad de sus amigos y familia, no significa que el problema haya desaparecido. Está ahí. Es un rey al que se le agradecen los servicios prestados a su país, por supuesto, pero no se entiende (ni se acepta) su comportamiento cobrando comisiones cuando tenía todos los medios de un país a su disposición y a una gran parte de la ciudadanía confiaba en él. Ocultar una fortuna en paraísos fiscales, es incompatible con los mensajes de Navidad pidiendo “a los españoles” rectitud, que Hacienda somos todos, que nos portásemos bien y trabajásemos por España. Si la cúspide de la pirámide de poder falla, qué ocurre por la ladera.