La ética como prótesis

07/05/2013

Joaquín Pérez Azaústre.

La ética como prótesis que poner y quitar. La ética como inserto en el nivel más profundo y roto del tejido, pero también debajo de la piel. La ética como antiguo valor nuevo, porque puede comprarse, y también venderse, como se compra y se ha vendido todo. La ética como un apéndice ortopédico que te salva porque te ayuda a andar, que lo sientes crecer en tu rodilla, y que poco después será extirpado si no lo puedes pagar.

Es lo que le ha ocurrido a un muchacho de Llíria, en Valencia, de apenas 23 años. El lunes pasado fue intervenido en el hospital Arnau de Vilanova de su rodilla derecha. Adrián García se cayó a los 14 años, mientras hacía montañismo. Después de varios meses, el dolor fue creciendo hasta llegar a un extremo imposible, que le impedía no sólo practicar ningún tipo de deporte, sino poder andar, sencillamente. De ahí la intervención. Cuando despertó, tenía en su rodilla una prótesis que le ayudaba a que la pierna permaneciera recta, para que su posible vaivén no perjudicara su recuperación.

Hay que verlo en la fotografía que puede contemplarse en Internet, poco después de la operación: un chico fuerte, corpulento como un jugador de rugby, que sonríe a la cámara sobre la cama del hospital, con la rodilla envuelta en el voluminoso vendaje tras la intervención, con la expresión feliz y relajada, alcanzando una cierta plenitud, como si fuera cuestión de horas o minutos que pudiera volver a caminar y pensara en hacerlo.

Sin embargo, poco después llegó el médico a contarles no que la operación había salido bien –como había sucedido-, sino que tenían que abonar 120 euros por la pieza recién colocada en su rodilla. Eso fue el martes. El jueves llegó a la habitación una empleada externa, de la empresa de ortopedia, para reclamarle el pago de 152 euros, aunque después la Consellería les devolvería 122. Ahora entra en la historia la situación económica de la familia, no muy distinta a otras: angustiada por una hipoteca cercana a los 1.200 euros mensuales, carecía de recursos inmediatos. La madre, al parecer, le dijo que ni siquiera tenían para comer. Adrián había propuesto una solución intermedia: pagar el mismo la prótesis en cuanto cobrara, a final del presente mes. Pero no pudo ser: al día siguiente llegó otra vez el médico y le quitó la prótesis. Así. Sin contemplaciones.

La cambió por otra de yeso, y el muchacho ya dice que no se siente la rodilla igual de segura, que le tiembla y le oscila. Eso, sin hablar de los fuertes dolores que llegaron, sólo aplacados por la ingesta de calmantes. El hospital se ha lavado las manos, porque el supuesto está contemplado por su normativa interna. Pero sangra la imagen de este chico de 23 años, recién operado, sin poder andar bien desde los 14, asistiendo al desmantelamiento legal de su propia rodilla por no poder pagar la pieza en ese instante.

Es el mundo al que vamos y es un mundo de mierda. Se puede definir de muchas formas, pero es así. Un mundo asqueroso en el que nos cobrarán por velar a nuestros seres queridos en una habitación despiadada y triste, porque habrá que pagar 100 euros por pasar la noche más oscura sentado en una butaca. Un mundo en el que todo puede comprarse, alquilase y venderse: una prótesis, un órgano, la vida. Si tenemos alguna posibilidad como sociedad, comienza por abolir estas legalidades inhumanas, o vamos hacia un mundo en el que la ética se compra, se quita y se revende. Como una prótesis.

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