Foto de Robert Redford con beso de Paul Newman y Joanne Woodward al fondo

01/06/2013

Joaquín Pérez Azaústre.

Qué habrá sentido Robert Redford al pasar por la foto de sus dos amigos, tan jóvenes y hermosos, pero sin malditismo, circulares, concéntricos, Paul Newman y Joanne Woodward besándose en silencio, latiendo en espiral, la foto prodigiosa que ha protagonizado Cannes y ha sido lo mejor del Festival. Qué habrá sentido el viejo y todavía apuesto Robert Redford al posar delante del matrimonio, tan amigo, ahora que Paul Newman ya no está y que Joanne Woodward es el propio paisaje de su desolación.

Hay dos fotografías. En la primera, la que ha sido el emblema, el símbolo enlazado del Festival de Cannes, aparecen, tumbados, Joanne Woodward y Paul Newman, como acentos contrarios, ovalados y rubios, no echados el uno sobre el otro, sino con los cuerpos a la inversa, encontrados apenas en el soplo íntimo del labio, como si toda la energía y la disposición pudiera concentrarse en ese beso; aparecen muy guapos, como eran y serán siempre para nosotros, encogidos al borde de la imagen, como si en ese instante cualquier cámara se hubiera desterrado del enfoque, porque el único foco estaba dentro de ellos, enamorados como casi siempre, porque también nos gusta imaginar que Paul Newman y Joanne Woodward fueron tan humanos como cualquiera de nosotros y tuvieron también sus propios ritmos y sus respiraciones, sus lejanías y sus acercamientos; pero el caso es que salen, esbeltos y volcados en su beso rizado, con sus cuerpos en bucle, tumbados y forzando una circunferencia en cuyo fondo el tiempo se diluye en su espuma invisible, mientras todos miramos con asombro.

De esa fotografía, ahora rescatada para Cannes, puede hacer cincuenta años. Luego está la foto más reciente, de apenas hace una semana, de Robert Redford pasando, o posando, como si pasara por allí, con un café en la mano y mirada de director de cine con visión telúrica y justicia ecológica, un hombre todavía rubio y con una buena mata de pelo que peinar, pero con la expresión marcada por un tiempo que ha sido lo bastante ancho y sostenido como para poder habitar varias de sus historias.

Robert Redford es un hombre con historias: las contadas por él, y las vividas. Qué habrá pensado en el momento justo de la foto, cuando se haya vuelto a encontrar, en ese gran cartel, con sus dos viejos amigos, besándose y queriéndose como siempre lo han hecho, jóvenes e inmortales, preciosos y elegantes, como también él será, dentro de un tiempo, joven e inmortal, elegante y precioso. Esa sensación será un secreto, un relato dentro de la filmografía de sus vidas, más allá de El golpe y de Dos hombres y un destino, pero habrá sido intensa, un callejón fresco en el corredor de la memoria, que con ellos se vuelve colectiva, que nos salva y acoge. Oh viejo, eterno Hollywood, que todavía caminas entre nosotros para darnos la luz de tardes largas, la fiebre natural de los cuerpos celestes en ese sorbo helado bebido en la piscina: no nos abandones.

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