Adolfo Suárez y el azar de la mujer rubia

14/06/2013

Joaquín Pérez Azaústre.

Cuál es el azar de la mujer rubia, en qué marco inquietante o pendular de la puerta entreabierta encontrará la luz dentro del bosque. La mujer rubia es Carmen Díez de Rivera, esa chica guapa y estilosa que en el libro de Manuel Vicent escoge las corbatas de Adolfo Suárez y le cambia el estilo más castizo por la modernidad sobria del chaleco entallado. Carmen Díaz de Rivera  era amiga del rey y estableció un enigma de perduración líquida en la memoria angulosa de Suárez, caminando por un sendero oscurecido con su fondo espectral, en el que se mezclan también los nombres de Juan Carlos I y de Santiago Carrillo, la legalización del Partido Comunista o el 23-F o la descomposición final de UCD, y todo como un magma contrastado de matices violentos, ensoñados y ocultos, con la memoria rota, fragmentada, en su sustancia interna, diluida en la incapacidad para reconocer el peso de un relato sobre su biografía.

En los últimos años, sobre todo después de aquella comparencia pública con José María Aznar, para apoyar la candidatura fugaz de su hijo, Adolfo Suárez Illana, en la que Adolfo Suárez perdió el hilo del discurso, leyendo el mismo folio una y otra vez, han circulado varias historias sobre la terrible enfermedad del ex presidente del Gobierno, que ha ido avanzando hacia un desconocimiento plácido de cuanto le rodea; pero, en el camino, parece ser que ha habido episodios llamativos, con un tono elegíaco, como cuando una noche, hace pocos años, salió de su casa en batín, en pleno invierno, y al cruzarse con un vecino, que lo reconoció y le preguntó, alertado, a dónde iba a esas horas de la noche, Suárez respondió, serio: “Tengo que legalizar el Partido Comunista”.

Independientemente de la veracidad del relato, es sabido que Suárez, que ha sido una memoria de la transición, la ha venido perdiendo en el trayecto hacia un vacío nevado, en el que sólo responde a los gestos de cariño, como cuando el 17 de julio de 2008 el rey fue a su casa a imponerle el Toisón de Oro. Tan cerca unos años atrás, Suárez le dijo: “No te conozco, no sé quién eres, pero creo que te quiero mucho”, que es una definición perfecta de su estado emocional, de cómo ha respondido, en esta última etapa, a todos los estímulos sensibles, con la última memoria del afecto y del tacto.

Pues bien, este es el punto de vista narrativo de El azar de la mujer rubia, la última novela de Manuel Vicent. El novelista se sitúa exactamente en el centro del olvido de Suárez, entre el dato realista y la fabulación, para ir tejiendo un relato sobre aquellos días, a veces sangrientos, pero radicalmente emocionantes. La prosa de Vicent, con el hallazgo verbal prácticamente en cada frase, está menos pendiente en esta novela de su propia brillantez que de la estructura narrativa, que resalta y se afianza como una de las apuestas actuales más originales y logradas. Quien busque un ensayo sobre la relación entre Adolfo Suárez, Juan Carlos I de Borbón y Carmen Díez de Rivera, no lo va a encontrar en este libro, porque no se trata de eso, sino de una gran novela que se apoya, en ocasiones, en el dato histórico, para avanzar hacia el magma imaginario del misterio. Manuel Vicent escribe desde la misma esencia nebulosa de un hombre, con recuerdos acuosos, que milagrosamente sigue en pie, nadando contra la corriente del pasado perdido.

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