Recuerdo de los veranos en La Latina

03/07/2013

Joaquín Pérez Azaústre.

Recuerdo otros cumpleaños, con Rodolfo Serrano, en Madrid, en La Latina. Eran los tiempos en que Manuel Cuesta organizaba los conciertos nocturnos de los jueves en un bar que ya no existe, y se llamaba La Clave. Lo regentaban dos hermanas, ambas casualmente –o no tan casualmente- cantautoras, pero de eso hablaremos otro día. Antes nos juntábamos en el bar de enfrente, Casa Dani, y pedíamos tantas cañas como podían servirse en esa barra, labrada y galdosiana en la madera y en los cristales del fondo, que nos hacía mirarnos, deformados, sobre una realidad que nos pertenecía.

Estaban por allí Javier Astasio, Jerónimo Salinero, Julio, Jose, Ismael, Beto, Néstor, y también Pepe Regueira, que hay que decirlo todo, antes de practicar su nuevo truco de la magia danzante en un humor que nos dejaba de piedra en su corbata infinita –y lo era, como recordarán Elvira y Salva: seguramente aún ande por allí, enroscada a La torre de los siete jorobados, de Edgar Neville, o cubriendo al fantasma de Jaime Salinas, el gran editor pretérito y padre del poeta, que también era presencia latinera en la sombra de una gran terraza, sobre el mar de cebada en la noche estival. Estaba, por supuesto, el Barrio Alto, del que ya he escrito alguna vez, ese bar con camareras guapas que nos trataban mal, aunque luego llegaba Marc, el dueño, hablando de Ian McEwan antes de invitarnos a las ginebras caras, cobrándonos a precio de Beefeater, que tampoco era barato. Hablábamos de todo, de la vida y sus grietas, pero sobre todo de Antonio Machado y de Pablo Guerrero, del desmoronamiento que se nos venía encima, mientras seguíamos brindando por los días que no habíamos vivido juntos –era un grupo con distintas edades cronológicas, pero con idéntica temperatura sensorial-, pero que podíamos reescribir en las pestañas de las conversaciones. Y volvíamos a estar en el concierto de Raimon en la Ciudad Universitaria, o escuchando a Patxi Andion, rodeados de chicas con minifalda lúcida, con las puertas cerradas y los furgones apostados fuera.

Entonces regresábamos, salíamos a la calle, pasábamos por Teresa o íbamos al Tempranillo, donde nos encontrábamos con más amigos, o al Naviego, con Alberto Ballesteros y su luz del desierto. Otras veces la noche escondía caminos centrífugos y debajo del puente de Segovia se abrían los antros encendidos, con esa voz sonámbula de las turistas norteamericanas chapurreando español. Al día siguiente desayunábamos vermú y pedíamos callos en la taberna de J. Blanco, aunque fuera 4 de julio, y soñábamos los poemas que terminaríamos en una de esas mesas, en las tardes sin gente.

Pasaron tantas cosas aquellos días de La Latina, acompañado de Rodolfo Serrano, que a veces me pregunto si realmente ocurrieron. Ahora lo escucho a él: “Y las que nos quedan, compañero”. Ahora vuelvo a sentir el sorbo de cerveza helada en Los Caracoles, junto a la foto de Ava Gardner, y me digo que algún día escribiré de verdad sobre todo aquello, aunque todavía soy demasiado joven.

¿Te ha parecido interesante?

(+7 puntos, 7 votos)

Cargando...

Un pensamiento en “Recuerdo de los veranos en La Latina

  1. Estas líneas tienen el sabor de algunas canciones de Ismael Serrano, ya eternas.

    «…Vuelves a casa y alteras mis planes
    Y los andamios de La Latina.»

    Canción de amor y oficina, 2007.

    «Ahora que nadie nos saluda
    por los bares de Malasaña».

    Ahora, 2002.

Aviso Legal
Esta es la opinión de los internautas, no de diarioabierto.es
No está permitido verter comentarios contrarios a la ley o injuriantes.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
Su direcciónn de e-mail no será publicada ni usada con fines publicitarios.