Un posible comienzo de novela

10/07/2013

Joaquín Pérez Azaústre.

La pendiente es más oscura que su propia existencia. Ha aprendido a olvidar, pero esta noche su respiración se ha revelado demasiado agitada al despertarse sucesivamente de varios sueños extraños. Sabe que los sueños son extraños por su propia naturaleza, que está en la misma esencia de su desarrollo ese alejamiento de la realidad inmediata, reconocible o verosímil, porque sólo en los sueños puede adentrarse en lo que ocurre y contemplarse a sí misma con esa mezcla de participación difusa y equidistante lejanía, con esa ficción alargada y flexible de protagonismo azaroso, pero también relativamente significativo, cuando su voluntad no ha decidido el signo, ni la suerte, ni tampoco el desenlace de todo lo que pueda suceder dentro de su relato. Aún así, siempre tiene la sensación en su transcurso de que al menos una parte podría depender de su propia convicción, de la fortaleza de su convencimiento, para forzar una salida y no otra, la terminación que prefiere verdaderamente, o que cree preferir mientras ocurre, y la que finalmente tiene lugar, con la que luego se despierta inquieta y exhausta, como después de un combate demasiado largo que no la ha cogido en forma.

En muchas ocasiones ha pensado que se debe no a su mentalidad, ya sucesivamente castigada por un acabamiento de cualquier sistema de creencias, sino a su educación deportiva. El no dejarse vencer, el pensar que incluso en el terreno indeciso y volátil de la propia inconsciencia el poder del convencimiento logra sobreponerse a cualquier debilidad. Recién levantada ha recordado momentos más o menos parecidos, cuando tras terminar el último asalto, derrotada o triunfante, descorría la cortina y se dejaba arrastrar el sudor y la sangre, en no pocas ocasiones, del cuerpo endurecido y todavía tembloroso por el chorro a presión. Lo ha pensado mientras entraba en la ducha, que cualquiera que haya recibido un entrenamiento parecido al suyo desde una edad tan temprana puede abandonar definitivamente la competición, dejar incluso de acudir regularmente al gimnasio y olvidar los principios aeróbicos, anaeróbicos, nutricionales, anímicos, que han regido su vida, hasta llegar a convertirse exactamente en lo contrario, como le ha ido sucediendo a ella progresivamente; sin embargo, nunca podrá prescindir de ese acecho continuo, como un soplo agudo de aire, igual que un escalpelo moteado de lluvia que le eriza la piel al abrir la ventana y recibir el primer frío, ese viejo principio, escuchado mil veces por bocas de entrenadores sucesivos, de que nada es tan fuerte como la determinación, que no hay ningún adversario que no pueda ser vencido o superado con la fuerza infinita de la fe. Por eso al despertar ha sentido los muslos y los gemelos agarrotados, las ingles humedecidas por un calor irritante y pegajoso y las cervicales encogidas, como un acordeón cerrado sobre sí mismo que hubiera estado recibiendo una andanada de golpes invisibles sin posibilidad alguna de desfallecimiento, henchida de energía por la propia penumbra interior de su sueño, todavía le acude como una voz familiar, reconocible, una recriminación que ahora sólo parte de ella misma, ese reproche íntimo que nunca ha sido pronunciado: el no tener la fuerza necesaria como para lograr imponer, en los sueños, su propia voluntad.

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