La España de mi infancia (años 70 y 80 del extinto siglo XX) era una España suburbial de quinquis y descampados y parques públicos alfombrados de jeringuillas y rumbas de exaltación delincuencial y chavales que llegaban descalzos al cole porque los yonquis del barrio les habían robado a punta de navaja las zapatillas deportivas nuevecitas y el reloj Seiko. La tropa hacía cola a la puerta de los cines de sesión continua para ver Perros callejeros 1 y 2 y también las películas de Jaimito, donde no faltaba nunca una maestra maciza a la que Alvaro Vitali tocaba el culo. Hace poco Javier Cercas quiso recrear en su novela Las leyes de la frontera esa España de bandoleros heroinómanos, chabolismo y niños con polio. Le salió rematadamente mal pero la crítica no se dio cuenta porque la crítica ha debido de vivir siempre en el barrio de Salamanca o en chalets con piscina y no se le hacía raro que el protagonista (un adolescente empollón y cagueta) se hiciera amigo durante un verano de una banda de choricetes y se pusiera a atracar gasolineras. No era lo común, créanme, que yo he sido niño en Vallecas.
El hedor a basural de aquella época heroica se percibe mucho mejor en estas crónicas de Javier Valenzuela. La cárcel de Carabanchel como fin de fiesta de toda la mugre, policías y ladrones igual de malos, la droga devastando a la juventud de las barriadas, la calle Ballesta cuando era la calle Ballesta y no ahora, que sólo queda la whiskería Edimburgo y el resto son bares modernos y tiendas de ropa cara. El Madrid subdesarrollado y tercermundista previo al huracán de la modernidad que cambió la ciudad con Tierno Galván y la Movida.
Crónicas quinquis reúne los magníficos reportajes que Javier Valenzuela escribió para la sección de local de El País, cuando aún los periódicos hacían esas cosas y admitían en sus páginas la buena literatura y la crónica como género libre. Valenzuela nos habla del Nani, “el primer desaparecido de la democracia” según los titulares de la época, y se pasea por el extrarradio doliente donde la chavalería sueña con la gloria de El Vaquilla y hay quien dispara a un yonqui por la espalda para salvaguardar su negocio y el jaco trunca el futuro de toda una generación.
La inseguridad ciudadana, los tirones, las farmacias asaltadas, los motines en las prisiones, un Madrid que parecía Caracas y donde había verdadero miedo a salir de noche por ciertos lugares. Todo eso nos recuerdan estas Crónicas quinquis, periodismo a pie de calle del que hoy (¡ay!) no abunda.
Da gusto leer a Javier Valenzuela siempre pero mucho más en estas piezas recuperadas del Pleistoceno, cuando los dinosaurios dominaban la tierra y había un alcalde de Madrid septuagenario que animaba a la basca a colocarse.
Este librito es historia de España escrita en minúsculas, sin pretensiones sociológicas ni denuncia barata. Relatos de un tiempo y un lugar lejanos, con cierto color sepia. Estampas del bandolerismo que inspiró una mitología cinematográfica que, vista hoy, da a la vez miedo y risa. Ya no están El Vaquilla ni El Torete ni El Jaro y de la banda del Kung Fu nadie sabe qué fue. Javier Valenzuela escribió estas crónicas cuando arrancaba su carrera periodística y qué envidia, lo bien que escribía ya por entonces.
No les digo más. Si ustedes (como yo) han sido niños en los 80 y han tenido que salir corriendo de un yonqui armado con una jeringuilla ensangrentada, sabrán de lo que les hablo. Si no, descúbranlo. Así era España hace 30 años. Y así se escribía en los periódicos.
Crónicas quinquis. Javier Valenzuela. Libros del K.O. 160 páginas.
Agradecido…
Muchas gracias, Daniel, por tu generoso comentario sobre mis “Crónicas quinquis”. Dice nuestro broder Ricardo Martín que escribes mejor que el gran Rodolfo, y el gran Rodolfo lo certifica. Ellos sabrán, no quiero verme obligado a escoger entre uno u otro de los periodistas Serrano, jeje. Pero sí quiero proclamar bien alto que creo que una de las grandes vías abiertas a tu generación profesional es el periodismo que cuenta historias a fondo, con honestidad, espíritu crítico y buena pluma. En los 60-70 los estadounidenses le llamaron Nuevo Periodismo. Ahora llaman Nueva Crónica Lationamericana al excelente trabajo que se hace en castelano al otro lado del Atlántico. Que España se incorpore a eso ha sido mi sueño -y el de otros y otras- desde hace lustros. Creo que ha llegado el momento de hacerlo masivamente, de que vosotros lo hagais masivamente. Menos llorar sobre la crisis de los formatos, los medios y las empresas… y a contar historias por tierra, mar y aire. Salud, compañero.