Realeza y espionaje en Estoril

10/01/2011

Carmen Duerto.

De todos es sabido que los monjes y los reyes siempre han escogido muy bien sus hospedajes. En los años 50 la Costa de Estoril (que abarca Estoril, Cascais y Sintra), daba albergue a siete monarquías depuestas, entre ellas la española y también a los espías más famosos. El agente 007 nacía aquí y su Casino Royale, no es otro que el de Estoril, abierto todo el año desde las tres de la tarde. Estas celebridades escogieron para su exilio y descanso una zona conocida como la Riviera Portuguesa, bañada por el Atlántico, con un clima moderado y a media hora en coche de Lisboa. Concretamente es la nariz del rostro que simula la orografía de la península ibérica. En la desembocadura del Tajo. El tramo de costa abarca desde la animada playa de Carcavelos con sus chiringuitos, hasta la de Gincho, la favorita de los surfistas y desde la que se disfruta de la mejor vista del Cabo da Roca, justo la punta de la nariz de la península. Sin olvidar las dunas, bosques y acantilados del Parque Natural de Sintra-Cascais. Un pulmón verde espectacular que puede disfrutarse gracias al centenario tranvía rojo que desciende serpenteando por un valle desde Sintra a Colares y ahí se puede probar una rareza vinícola, el vino de Colares que emplea uvas malvasía para el blanco y ramisco para el tinto.

Los portugueses han tenido el buen gusto de conservar el sabor decadente de sus villas y palacios. Alguno de ellos han sido convertidos en alojamiento como el lujoso Palacio de Seteais, con 30 habitaciones diferentes donde degustar la exquisita cocina portuguesa, o en museos como el de la Regaleira con sus espectaculares jardínes o el inmenso Palacio Da Pena, de ecléptica arquitectura romántica y alrededores que pueden ser recorridos en bicicleta. Ambos en Sintra y ambos con fuerte poder telúrico porque en sus cimas vivieron los druidas.

El viajero se queda con la impresión de haber estado en un país con una gastronomía auténtica y contundente; ese bacalao preparado de cien formas y el lechón de Negrais no son fáciles de olvidar o las queijadas de Sintra; huevo, queso, azúcar, canela y harina son los ingredientes de su receta mágica. Ahora se entiende porque dicen que un portugués siempre tiene que tener la boca dulce. Su pasado como navegantes en busca de rutas comerciales, les ha dejado en sus calles un comercio de calidad, que va más allá de las conocidas sábanas, toallas y mantelerías, con la porcelana de Vista Alegre y el cristal de Atlantis, como joyas de antiguos oficios. Es recomendable, por su originalidad y oferta, la visita a la Casa da Guia en Cascais. Una villa convertida en centro lúdico comercial rodeada de jardines, con un curioso mercadillo de antigüedades –donde se puede comprar una colección de cromos antiguos por 3 euros-, de restaurantes con oferta tan variopinta como cocina japonesa, brasileña o italiana y las mejores vistas a los acantilados de Cascais.

La Costa de Estoril huele a limpio y a eucaliptus, un aroma que al Rey Juan Carlos le recuerda su infancia en villa Giralda, una mansión de tres plantas en la parte alta de Estoril, que suele ser peregrinaje habitual de los turistas españoles y que se conserva tal cual la dejaron los Condes de Barcelona. Los portugueses son una gente tranquila, hospitalaria, sencilla y han sabido conservar el encanto de esta zona con abundantes rutas para perderse por la sierra o por la costa, sin olvidar el guiño a la rapidez de la red de autopistas. Buena compañía, un fondo musical con los fados de Amália Rodrígues y visitar la web de la oficina de turismo www.visiteestoril.com podrían ser el complemento perfecto para recorrerla.

De todos es sabido que los monjes y los reyes siempre han escogido muy bien sus hospedajes. En los años 50 la Costa de Estoril (que abarca Estoril, Cascais y Sintra), daba albergue a siete monarquías depuestas, entre ellas la española y también a los espías más famosos. El agente 007 nacía aquí y su Casino Royale, no es otro que el de Estoril, abierto todo el año desde las tres de la tarde. Estas celebridades escogieron para su exilio y descanso una zona conocida como la Riviera Portuguesa, bañada por el Atlántico, con un clima moderado y a media hora en coche de Lisboa. Concretamente es la nariz del rostro que simula la orografía de la península ibérica. En la desembocadura del Tajo. El tramo de costa abarca desde la animada playa de Carcavelos con sus chiringuitos, hasta la de Gincho, la favorita de los surfistas y desde la que se disfruta de la mejor vista del Cabo da Roca, justo la punta de la nariz de la península. Sin olvidar las dunas, bosques y acantilados del Parque Natural de Sintra-Cascais. Un pulmón verde espectacular que puede disfrutarse gracias al centenario tranvía rojo que desciende serpenteando por un valle desde Sintra a Colares y ahí se puede probar una rareza vinícola, el vino de Colares que emplea uvas malvasía para el blanco y ramisco para el tinto.

Los portugueses han tenido el buen gusto de conservar el sabor decadente de sus villas y palacios. Alguno de ellos han sido convertidos en alojamiento como el lujoso Palacio de Seteais, con 30 habitaciones diferentes donde degustar la exquisita cocina portuguesa, o en museos como el de la Regaleira con sus espectaculares jardínes o el inmenso Palacio Da Pena, de ecléptica arquitectura romántica y alrededores que pueden ser recorridos en bicicleta. Ambos en Sintra y ambos con fuerte poder telúrico porque en sus cimas vivieron los druidas.

El viajero se queda con la impresión de haber estado en un país con una gastronomía auténtica y contundente; ese bacalao preparado de cien formas y el lechón de Negrais no son fáciles de olvidar o las queijadas de Sintra; huevo, queso, azúcar, canela y harina son los ingredientes de su receta mágica. Ahora se entiende porque dicen que un portugués siempre tiene que tener la boca dulce. Su pasado como navegantes en busca de rutas comerciales, les ha dejado en sus calles un comercio de calidad, que va más allá de las conocidas sábanas, toallas y mantelerías, con la porcelana de Vista Alegre y el cristal de Atlantis, como joyas de antiguos oficios. Es recomendable, por su originalidad y oferta, la visita a la Casa da Guia en Cascais. Una villa convertida en centro lúdico comercial rodeada de jardines, con un curioso mercadillo de antigüedades –donde se puede comprar una colección de cromos antiguos por 3 euros-, de restaurantes con oferta tan variopinta como cocina japonesa, brasileña o italiana y las mejores vistas a lo

De todos es sabido que los monjes y los reyes siempre han escogido muy bien sus hospedajes. En los años 50 la Costa de Estoril (que abarca Estoril, Cascais y Sintra), daba albergue a siete monarquías depuestas, entre ellas la española y también a los espías más famosos. El agente 007 nacía aquí y su Casino Royale, no es otro que el de Estoril, abierto todo el año desde las tres de la tarde. Estas celebridades escogieron para su exilio y descanso una zona conocida como la Riviera Portuguesa, bañada por el Atlántico, con un clima moderado y a media hora en coche de Lisboa. Concretamente es la nariz del rostro que simula la orografía de la península ibérica. En la desembocadura del Tajo. El tramo de costa abarca desde la animada playa de Carcavelos con sus chiringuitos, hasta la de Gincho, la favorita de los surfistas y desde la que se disfruta de la mejor vista del Cabo da Roca, justo la punta de la nariz de la península. Sin olvidar las dunas, bosques y acantilados del Parque Natural de Sintra-Cascais. Un pulmón verde espectacular que puede disfrutarse gracias al centenario tranvía rojo que desciende serpenteando por un valle desde Sintra a Colares y ahí se puede probar una rareza vinícola, el vino de Colares que emplea uvas malvasía para el blanco y ramisco para el tinto.

Los portugueses han tenido el buen gusto de conservar el sabor decadente de sus villas y palacios. Alguno de ellos han sido convertidos en alojamiento como el lujoso Palacio de Seteais, con 30 habitaciones diferentes donde degustar la exquisita cocina portuguesa, o en museos como el de la Regaleira con sus espectaculares jardínes o el inmenso Palacio Da Pena, de ecléptica arquitectura romántica y alrededores que pueden ser recorridos en bicicleta. Ambos en Sintra y ambos con fuerte poder telúrico porque en sus cimas vivieron los druidas.

El viajero se queda con la impresión de haber estado en un país con una gastronomía auténtica y contundente; ese bacalao preparado de cien formas y el lechón de Negrais no son fáciles de olvidar o las queijadas de Sintra; huevo, queso, azúcar, canela y harina son los ingredientes de su receta mágica. Ahora se entiende porque dicen que un portugués siempre tiene que tener la boca dulce. Su pasado como navegantes en busca de rutas comerciales, les ha dejado en sus calles un comercio de calidad, que va más allá de las conocidas sábanas, toallas y mantelerías, con la porcelana de Vista Alegre y el cristal de Atlantis, como joyas de antiguos oficios. Es recomendable, por su originalidad y oferta, la visita a la Casa da Guia en Cascais. Una villa convertida en centro lúdico comercial rodeada de jardines, con un curioso mercadillo de antigüedades –donde se puede comprar una colección de cromos antiguos por 3 euros-, de restaurantes con oferta tan variopinta como cocina japonesa, brasileña o italiana y las mejores vistas a los acantilados de Cascais.

La Costa de Estoril huele a limpio y a eucaliptus, un aroma que al Rey Juan Carlos le recuerda su infancia en villa Giralda, una mansión de tres plantas en la parte alta de Estoril, que suele ser peregrinaje habitual de los turistas españoles y que se conserva tal cual la dejaron los Condes de Barcelona. Los portugueses son una gente tranquila, hospitalaria, sencilla y han sabido conservar el encanto de esta zona con abundantes rutas para perderse por la sierra o por la costa, sin olvidar el guiño a la rapidez de la red de autopistas. Buena compañía, un fondo musical con los fados de Amália Rodrígues y visitar la web de la oficina de turismo www.visiteestoril.com podrían ser el complemento perfecto para recorrerla.

s acantilados de Cascais.

La Costa de Estoril huele a limpio y a eucaliptus, un aroma que al Rey Juan Carlos le recuerda su infancia en villa Giralda, una mansión de tres plantas en la parte alta de Estoril, que suele ser peregrinaje habitual de los turistas españoles y que se conserva tal cual la dejaron los Condes de Barcelona. Los portugueses son una gente tranquila, hospitalaria, sencilla y han sabido conservar el encanto de esta zona con abundantes rutas para perderse por la sierra o por la costa, sin olvidar el guiño a la rapidez de la red de autopistas. Buena compañía, un fondo musical con los fados de Amália Rodrígues y visitar la web de la oficina de turismo www.visiteestoril.com podrían ser el complemento perfecto para recorrerla.

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