Otro PSOE es posible

28/08/2013

Joaquín Pérez Azaústre.

Tengo la sensación de que el PSOE está perdiendo la batalla de la modernidad. Del aquí y del ahora, en su versión más limpia del futuro. De la calle y su grito, de su fiebre en la letra menuda de las lamentaciones, de cualquier esperanza convertida en discurso para poder medir nuestra temperatura ética del mundo. Como si estuviera en otra cosa, pero no el la voz inmediata de la reclamación. No me refiero únicamente a la oposición, sino a la propia respuesta del partido ante la crisis de valores que afecta directamente a la credibilidad de nuestro sistema de representación.

Independientemente de su política de crítica y de límite al Gobierno, si seguimos la intención de voto y sus evoluciones, lo mucho o poco que haga, lo poco o mucho que acierte el PSOE en su tarea de controlar al Ejecutivo, tiene una incidencia nula en al ciudadanía: como si no existiera oposición. Estamos al socaire de un Gobierno que se siente legitimado por las urnas para desmantelar nuestro sistema de derechos con la excusa de la reestructuración económica, mientras vamos conociendo cómo, en los últimos veinte años, sus principales dirigentes han formado parte de una trama ilegal de contabilidad sin declarar, formando ese negocio de adjudicaciones de contratos públicos a las empresas que los financiaban: porque, con los sueldos de ministros, al parecer, nadie tenía bastante, y por eso había que buscar otros emolumentos.

Pero el tema, en lo que respecta al PSOE, es que ante el Gobierno más desprestigiado de las últimas décadas, inmerso en el mayor escándalo de corrupción de la democracia, no sólo no remonta en la intención de voto, sino que se hunde. Mientras, Pérez Rubalcaba parece no entender que sigue siendo parte del problema, por lo que representa y lo que es: la opacidad pretérita, aquel estilo añejo, que dependía del foco carismático para poder brillar. Rubalcaba no lo tiene, ni tampoco Griñán. Es más: Griñán se va de la presidencia de la Junta y nos deja el dedazo a Susana Díaz, no muy distinto al de Aznar con Rajoy –que, al menos, impuso a un candidato, pero no a un presidente que no había sido elegido; mientras que Griñán, en cambio, deja a Susana Díaz sentada en su sillón de presidenta de la Junta de Andalucía, sin haber pasado por las urnas ciudadanas, ni por las del partido, que sigue esperando su democracia interna-, en un alarde de democracia interna arrastrada a la altura del betún militante.

La izquierda sentimental, que es la que está en la calle, en la cola del paro, en la pancarta, en toda red social, hace ya mucho tiempo que viene reclamando otras formas, para alcanzar otros fines. Porque necesitamos el viejo socialismo, pero adaptado a esta nueva conciencia social. Sin democracia interna –por cierto, contemplada en la Constitución- no puede existir democracia real. Rajoy, que ni siquiera es un buen fajador, sólo tiene que esperar a que la tormenta pase, porque la oposición no le salpica.

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