La memoria que jamás se empañaba

06/09/2013

Miguel Ángel Valero. “Renegar de los recuerdos era tan nocivo como vivir de ellos”, demuestra Pepa Montero en su libro de relatos “La casa de las palmeras”

La periodista Pepa Montero se estrena en la publicación con “La casa de las palmeras” (Azul como la naranja, 86 páginas). No en la literatura, porque lleva tiempo sorprendiendo con su original blog de libros, arte, viajes y mujeres Cúmulos y limbos.

Su primera obra editada es una colección de 11 relatos, de los que sólo uno es autobiográfico, según explica en el prólogo la propia autora. Narraciones que muestran su pasión por la lectura y por la escritura, y también por los viajes.

Son relatos muy bien escritos, como no podía ser de otra manera en una excelente profesional de la edición como ha demostrado en varios medios de comunicación. Relatos que hay que leer una y otra vez, como las vacas rumian su sustento, para entenderlos y, sobre todo, para saborearlos.

Posiblemente el gran acierto de Pepa Montero con “La casa de las palmeras” es que contiene 86 páginas distribuidas entre 11 relatos. El lector termina la obra pidiendo más. Y más. Porque quiere seguir saboreando estas pequeñas obras maestras de la literatura condensada.

La narración más extensa no supera las ocho páginas. Pero todas quedan redondas. No sobra, ni falta, una palabra. Que es lo más difícil de un relato. Lo que mejor se puede decir de él.

El relato que da título a la obra habla de recuerdos que no palidecen con los años, ni amarillean, ni destiñen. Recuerdos que jamás se empañaban, porque al final son “la única cosa tangible” que le queda a uno en la vida. “Renegar de los recuerdos era tan nocivo como vivir de ellos”, advierte el relato, que recomienda “mimarlos para que no se fueran, atarlos con una fina cuerda y sacarlos a pasear con la ilusión que pone un niño en volar su cometa”.

Versatilidad

Cada relato tiene su estilo, lo que muestra la versatilidad de la pluma de Pepa Montero. “Palaggiu” mezcla hábilmente el pasado con el presente, empieza con uno y termina con el otro, haciendo que los dos cobren sentido mutuamente. “La chica de las metáforas” explica en ocho páginas por qué una persona no necesita palabras para expresarse y hace perfectamente creíble que alguien se enamore de un busto de mármol en el Museo del Prado.

Al compás de la música” se centra en las segundas oportunidades que concede la vida, también a una enferma de cáncer. “El abuelo de Lola” habla de “la demoledora, cruel, devastadora marea de la decepción”.

Tres amigas”, de diez minutos de autocompasión por chica y cena que se imponen. “El ternero que no sabía mamar” es el relato más entrañable, sobre las picardías de un niño para tratar de salvar a “Ojitos” del matadero.

El verano del incendio” es misterio del bueno, que no desmerece la comparación con Henry James o cualquier otro maestro del género. “Cartas del desierto” derrocha solidaridad con un planteamiento muy original. “La liebre blanca del puente” recuerda a esos cuentos infantiles que se quedan grabados en la memoria.

Y para terminar, “Cuando yo era niña”, una reivindicación del alma de los pueblos, que “la cosen y remiendan quienes los habitan y aman”.

Se acaban las 86 páginas, y el lector quiere más, rogando, reclamando, implorando, exigiendo, a las nueve musas, especialmente a Caliope (de la elocuencia, la belleza y la poesía épica) y a Erato (de la poesía lírico-amatoria) que obliguen a Pepa Montero a sacar a la luz a sus criaturas literarias.

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