El manso Vicente del Bosque

05/09/2014

Joaquín Pérez Azaústre.

Líbrame de los mansos. De la gente que esconde su pelaje lobuno bajo mantos de oveja, con el aire encendido matizado en el gesto de una bonhomía con la sangre de horchata. Vicente del Bosque es un hombre de sobra conocido, hasta para quien quisiera no conocerlo. Preguntado por el fracaso de la selección española de fútbol en el pasado Mundial de Brasil, ha respondido: “Entrenamos muy bien, les vi muy metidos. No hubo nada. Hombre, si entras en detalles… Puedes pensar, Diego Costa no llegó al cien por cien… Pero no quiero focalizarlo, sería injusto. No quiero disculparlo, pero creo que no conectamos con él, no nos acostumbramos a él como debíamos. Pero seguramente no llegó en plenitud. Diego es un chico majo y agradable, que se integró perfectamente”.

El asunto no es sólo que haya escurrido el bulto, que no haya acariciado ni una sola brizna de autocrítica. “Hombre, si entras en detalles”. ¿Cómo no entrar en detalles, si se trata de analizar lo que ha ocurrido? El primero que debería obsesionarse con examinar y medir los detalles sería un seleccionador con integridad profesional. “Puedes pensar, Diego Costa no llegó al cien por cien… Pero no quiero focalizarlo, sería injusto”. Sería injusto, sí; pero, al nombrarlo aisladamente, lo acaba de hacer. Y en todo caso, si “no llegó al cien por cien”, ¿quién es el responsable, el propio jugador, o el entrenador que lo ha alineado? Porque o desconocía que “no estaba al cien por cien” -en ese caso, para qué sirve un seleccionador- o, si lo sabía, la irresponsabilidad, o el desacierto, le corresponde a él. “No quiero disculparlo, pero creo que no conectamos con él, no nos acostumbramos a él como debíamos”. Sí quieres disculparlo, porque así te exoneras a ti mismo. “Pero seguramente no llegó en plenitud”. Estamos en las mismas. Si “no llegó en plenitud”, ¿para qué lo llevaste y lo pusiste, habiendo otros grandes delanteros que sí estaban adaptados al juego? “Diego es un chico majo y agradable, que se integró perfectamente”. ¿Y qué importa que sea “majo y agradable”? Ya estamos otra vez, con esta mansedumbre que sabe recubrir semejante incapacidad no sólo para el análisis, sino para alcanzar la honestidad de saber criticar la propia obra.

Vicente del Bosque no ha asumido nada. A mí, particularmente, él me importa poco. Pero me cansa tanta buena prensa de los falsos buenazos, los aparentes mansos, los que van de sencillos, que esconden unas intenciones tan siniestras como las de estas declaraciones. Todo el mundo es culpable, menos él, que encima va y dice que se siente “imprescindible”. Cuando heredó el trabajo ajeno, todo fue fenomenal. Cuando ha tenido que renovar y adaptarse a una nueva situación, tomando verdaderas decisiones, no lo ha hecho, y descarga la culpa, sibilinamente, sobre un jugador. A pesar de su planta de presunta placidez bonachona, estas declaraciones nos dan otro retrato.

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