Se dice mucho, y casi siempre es verdad, que el comercio local te atiende de otra manera: te saludan por tu nombre, conocen a tu familia, saben de tus problemas.. En fin, que el trato es distinto al que te van a ofrecer en una gran superficie. Pues bien, en la Zapatería Víctor, en el número 278 de la céntrica calle Alcalá, en Madrid, llevan lo del trato exquisito a sus clientes a la enésima potencia… Lo más probable es que si se deja caer por allí, y es mujer, la llamen Marisa o con un poco de suerte, Marta Sánchez, aunque tenga el pelo negro y corto.

También le cobrarán en dólares (europeos dice con desparpajo uno de los dependientes), y podrá disfrutar de su compra con hilo musical, que no vendrá de ningún altavoz, porque la tienda sigue prácticamente igual que cuando la abrieron hace 90 años, sino de las cuerdas vocales de cualquiera de sus dependientes, que lo mismo cantan, que venden zapatos que le cuentan un chiste. “Esto antes era una cacharrería. Vendían gomas, muelles, cacharros varios, pistolas de agua. Como zapatería debe de llevar unos 50 años”, confirma Andrés Martín, uno de los empleados. “Pero pon que me llamo Robert Redford”, añade.

Zapatos de todo tipo, para niños, niñas, señora y caballero. Cajas que se amontonan en las estanterías y en el almacén de atrás. Escaleras para llegar hasta aquellos inaccesibles. Y un cartel que anuncia que las devoluciones solo se gestionan por la mañana, casi casi como en la caja de ahorros… Nada extraordinario en el decorado de esta pequeña tienda, nada, salvo el humor de sus empleados que ya es mucho, a tenor de los tiempos que corren.

En fin, que acercarse a esta zapatería es un placer, no solo porque los precios de sus artículos sean la mar de interesantes, sino porque saldrá con una sonrisa, aunque se haya comprado unas botas caras.